Othón Salazar, de los que luchan toda su vida por lo que creen
■ Que Vázquez Mota guarde sus elogios para Gordillo, dice líder de la CNTE
Othón Salazar durante el homenaje que le rindieron las autoridades del Distrito Federal en el Museo de la Ciudad de México, el 17 de mayo de 2004 Foto: Carlos Ramos Mamahua
Othón Salazar se define: “Maestro que no sea sensible a las dolencias de nuestra patria debería buscarse otra forma de ganarse la vida… Junto a esa idea está el amor a mi raza. Soy mixteco. Mi maestro, nahuátl, nos hablaba continuamente de que había que ver el mundo con la cara descubierta, no importa que seamos indios. Comunista convicto y confeso, ayer y ahora y mientras viva”.
Carlos Monsiváis recuerda esas frases de 1993 y también que, en privado, Salazar sí se “tiraba unos rollos” comunistas, pero no era lo suyo en público. Y también que “nunca lo vi flaquear, aunque lo vi ya muy fregado, eso sí”.
Los últimos contactos del escritor con Salazar fueron por teléfono: “Hay tantas cosas que hacer, manito, pero ya no tengo la energía”.
Eso fue al final, porque la historia comenzó 50 años atrás: “Me lo presentó Iván García Solís en 1958, después de un mitin en la SEP, y no pude decir nada porque estaba muy emocionado de verlo. La voz no era agradable, pero lo que decía te conmovía”.
Su oratoria le venía de su formación en las escuelas normales: “Era un cardenista, en ese sentido tiene razón Guillermo (Ramírez). Fue un normalista de la época de Lázaro Cárdenas, aunque era un poco posterior. La mayor reverencia en su vida fue para Cárdenas, que fue el único que se dirigió a ellos (los maestros) como un sector que no sólo le parecía importante, sino que le parecía que construía el país. Después hay que ver cómo los trata Manuel Ávila Camacho; les impone el sindicato y los nulifica”.
Se pide a Monsiváis contrastar la personalidad de Salazar con uno de sus contemporáneos: Demetrio Vallejo: “Demetrio era una piedra inmisericorde. Tenía una gran capacidad de sacrificio y de entrega, pero era muy distante, muy difícil”.
–¿Y Othón sí era cercano a los maestros?
–Era uno de ellos. Era mucho más cálido. Vallejo, al igual que Othón, era hombre de una pieza.
Monsiváis recuerda que el presidente Adolfo López Mateos acepta darle una audiencia y Demetrio acepta, pero condiciona: “Con grabadora, porque no puedo hacer nada a espaldas de mi base”.
“López Mateos cancela la audiencia y ahí es donde decide la represión. Era estúpido, suicida si tú quieres, pero era una manera de vivir”.
Era la misma coherencia de O- thón, quien sí pidió ser reinstalado en sus plazas de maestro, dice Monsiváis. “Pero le exigieron cosas a cambio y los mandó al diablo. El sí lo pidió, pero porque era su derecho, pero después de un pleito sólo le dieron 50 mil pesos”.
Enfermedades
En 1993, el SNTE cumple 50 años. Un grupo de profesores decide conmemorar con un homenaje a Salazar. Por esos días, Elba Esther Gordillo convalece de una intervención quirúrgica. En cama, sus asesores, Cuauhtémoc Ibarra y Luis Castro Obregón, le informan del acto que preparaban los profesores disidentes. Le dicen que les parece bien, que Salazar es un personaje emblemático, etcétera. No los deja terminar: “Hijos de la guayaba, cómo va a estar bien, ¡esa conmemoración es nuestra!”, grita, y se levanta de la cama como de rayo.
Dicen que hasta se le abrieron los puntos, por el esfuerzo que hizo cuando ordenó: “¡que no salga ni una nota de eso!” Y, efectivamente, apenas salen dos pequeñas notas de prensa.
La anécdota la recuerda Jesús Martín del Campo, quien trata a Othón Salazar a partir de 1968, cuando los comités de lucha trataban de ponerse de acuerdo con el Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM) othonista para hacer paros en solidaridad con el movimiento estudiantil.
“Compañeritos, ¿recuerdan la enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo?”, repetía hasta el cansancio a los jóvenes radicales, siempre con la paciencia de un maestro de primeras letras.
“Este muerto es nuestro muerto”
José González Figueroa se mira indignado. “Nos enojan las expresiones hipócritas de la secretaria de Educación, Josefina Vázquez Mota”. El líder de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) se refiere a los elogios de la funcionaria a la congruencia de Othón Salazar.
“Este muerto es nuestro muerto. Le recomiendo que guarde sus expresiones para cuando se muera Elba Esther Gordillo”, dice González Figueroa.
Sentado a la misma mesa, Amador Velasco Tobón recuerda que él llevaba apenas dos años como maestro cuando lo alcanzó el paro de 1960. “El de 1958 había sido un paro por demandas económicas y sindicales; el de 1960 sólo era para lograr el reconocimiento del comité de la sección IX”. Un grupo de jóvenes maestros acudió a ver a Othón. Estaban preocupados porque veían poco probable que sus compañeros se fueran al paro por una demanda puramente sindical, y así se lo hicieron saber. “Othón nos dijo que como en 1958, los maestros se irían sumando poco a poco. Pero la verdad fue que no ocurrió así: ese paro lo tuvimos que levantar ya en desbandada, puestos a disposición de personal, cesados”.
Velasco Tobón reconoce la “honestidad a toda prueba” de Othón Salazar, pero pone el toque crítico: “Siempre fue un dirigente de movimientos; sus iniciativas de organización partidaria siempre se quedaron en el camino, fueron pasajeras”.
Sin embargo, Salazar nunca dejó de estar al tanto de lo que sucedía: “Desde muy temprano ubicó a Elba Esther Gordillo como alguien a quien sólo le importaba hacer dinero; y sus últimas declaraciones fueron en defensa del normalismo”, dice Tobón.
El adiós al Tata
En sus últimos meses de vida, O- thón Salazar fue atendido en el Instituto Nacional de Cardiología, gracias a gestiones del gobierno del DF. También recibía ayudas de la Secretaría de Educación capitalina, al igual que las que le dio Enrique Semo durante el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas.
El viernes 31 de noviembre fue trasladado a Guerrero, donde uno de sus hijos, residente en Zihuatanejo, se haría cargo de atenderlo. No llegó siquiera a Acapulco. Lo llevaron al Hospital General de Chilpancingo. Pero ahí no contaban con equipo de hemodiálisis. La familia se halló entre la espada y la pared, sin ayuda de nadie, dice Abel Barrera, director del Centro de Derechos Humanos de La Montaña. Tuvieron que conseguir una ambulancia de la Cruz Roja para llevarlo a Tlapa.
Para Barrera, “lo más triste de todo” fue que en sus últimos años vivió no sólo abandonado, sino incluso rechazado por sus antiguos compañeros. Cuenta Barrera que era más fácil que lo recibieran y atendieran gobernadores o funcionarios del PRI que sus viejos amigos. “Incluso, decían que se había vendido, que se había cambiado al PRI. En el mejor de los casos decían que estaba desfasado. Y quizá por eso el gobernador Zeferino Torreblanca nunca lo recibó”.
Los guerrerense no fueron los únicos priístas que lo procuraron. A principios de este año, enviados del gobernador de Coahuila, Humberto Moreira, acudieron a visitarlo y le ofrecieron “una asesoría”. Nunca lo volvieron a ver ni le cumplieron.
“Hermanito”, “hermanita”, decía siempre Othón, quien en su primera juventud quiso ser cura (un sacerdote le enseñó los rudimentos de la oratoria). Llamaba a sus antiguos camaradas, o incluso a los hijos de éstos, para informales que la situación en La Montaña andaba muy mal, pero que caminaban los trabajos para crear el Partido Comunista Bolchevique. “Era su sueño”, dice Barrera.
“A mí siempre me dijo que quería ser sepultado cubierto con la bandera de la hoz y el martillo”, recuerda Jesús Martín del Campo.
Los problemas de salud de Salazar eran viejos, pues padecía diabetes. “Nunca tuvo la atención adecuada. Todos sus amigos intentaban que los demás se hicieran cargo, pero nadie tomaba la iniciativa”, sostiene Barrera.
Cerrada esa triste etapa final, quizá Barrera y muchos en la “querida Montaña” de Othón Salazar prefieran quedarse con el recuerdo del viejo normalista llegando al café del centro de Tlapa: “Saludaba amable y ceremonioso, como siempre; era querido”. Le llamaban Maestro, y otros le decían simplemente Tata Othón.
“La especie continúa”, cierra Monsiváis. A su alderredor le miran con incredulidad. Si la memoria no traiciona, Monsiváis completa con su definición de esa “especie” a la que perteneció Othón Salazar: “La especie que cree en una causa y está dispuesta a luchar por ella toda la vida”.