El sismo que viene…
Marco RascónLo telúrico es lo de menos. Un país paralizado es más riesgoso que el que vive bajo la lava hirviente o el deslizamiento de las placas tectónicas.
El tiempo es lo de menos en este cuerno lleno de acechanzas, cenizas, volcanes, ríos desbordados, que ahora estallan con violencia crónica como el terremoto del 19 de septiembre de 1985, que propició muchos de los cambios de México. Estamos preñados de tragedias que, a diferencia de hace 25 años, están en manos de las instituciones, los gobiernos paternales que vigilan celosamente que nadie se organice, que nada cambie ni se altere. La obsesión es un regreso continuo a la normalidad.
Lo cierto es que la vieja y la nueva estabilidad, venida del régimen revolucionario y de la alternancia, se están yendo al carajo y que, a 25 años, hay un sismo de la identidad nacional que se necesita, y viene de la unidad inaguantable, los odios crecientes, complicidades oscuras y un cementerio de virtudes que las fiestas conmemorativas no lograron cambiar ni apaciguar. Todos los fantasmas de nuestros desacuerdos y traiciones están de nuevo presentes y ya ni los valores comunes, como la Independencia o la Revolución, mantienen la unidad del país.
Los abusos de la vieja unidad nacional impuesta en el viejo régimen; matriz de exclusiones, represión y corrupciones, nos llevaron a cambios simulados que hoy son el reino de los demagogos y simuladores, artistas de las derrotas y de alternativas groseras que esperan hacer lo que no hicieron en mejores condiciones y en su momento. Para un país paralizado no hay mejor venta que las esperanzas, pues éstas no son compromisos claros o convocatorias, ni planes, ni ideas, sino simplemente la espera de que algo suceda sin que hagamos nada. En ese sentido, 2012 no es nada; es menos que los fuegos artificiales de este 2010 y es igual a la espera de la segunda llegada del Mesías.
Esperar así es una derrota; nada tiene que ver con el humanismo ni con la historia. Es la pasividad que el poder de los injustos requiere para perpetuarse; es la adormidera de la ilusión esparcida en las plazas para entrar por una calle con el puño en alto y salir por otra, con las manos vacías.
Eso no es movimiento ni lucha, sino continuar construyendo sin cimientos para que cualquier viento derrumbe los esfuerzos. Lo peor es que lo que supuestamente nos representaría frente a la libertad del voto y como opción está hecha de llamados a la esperanza, a repetir los mismos errores, a creer que con la vulgaridad de los insultos y la presentación de la ambición como actos de humildad será suficiente para acabar con los males del país.
Hay un sismo predecible en puerta; y es que la izquierda –que por un proceso histórico llegó a gobernar la capital del país– perderá el bastión antes de 2012. El sismo de la izquierda será perder antes de la batalla. La discordia está sembrada y llena de cálculos y simulaciones. No está en disputa la Presidencia, a la que con sus actos renuncian, sino el Distrito Federal, al que dividen y provocan. Para las oligarquías, si la izquierda a partir de 2000 fue funcional, hoy ya no es necesaria, pues ahora hasta los priístas son los que denuncian abusos del poder, nepotismos y corrupciones, como en Zacatecas, sin que exista fuerza o intención para la réplica.
Igual que el partido del viejo régimen se esparció entre todas las fuerzas políticas del país para sobrevivir, hoy todas sus partes fragmentadas trabajan uniéndose para la restauración. Desde todos los sectores políticos se gesta la restauración y la salida autoritaria a la crisis nacional. Es la idea más perversa de todas: la que grita que cualquier cambio y esfuerzo terminará donde mismo, sirviendo de combustible para perpetuar los mismos y viejos intereses que han hecho de México un país atrasado, sin identidad y sin rumbo. La que el priísmo restaurador señala con regocijo.
El sismo que viene será provocado por la incapacidad y la desesperación que abraza a quien lo hundió; por llegar a la falsa conclusión de que la única manera de vivir y soportar la decadencia presente es renunciando a la memoria.
El sismo que viene, también es hundimiento, implosión de fuerzas y un optimismo basado en la idea de que los cambios no tienen raíces y que el priísmo es la genialidad de regresar al poder, apoyado por los adversarios delirantes, incapaces de unir y construir.
De manera real y figurativa, vivimos entre volcanes, tierras de huracanes, víctimas de las sequías y las inundaciones, colapsados y damnificados crónicos, entre la guerra sin frentes ni retaguardias e indignados por las comparaciones estando peores. Lo que queda en pie es el mismo pueblo trashumante que lo fundó: sus macehuales, trabajadores y cultivadores; sus artesanos y sus artistas; sus poetas, músicos y creadores de valores y cultura; las fuerzas de miles de manos frente al dolor, los solidarios; los mismos que el 19 y 20 de septiembre de 1985 vieron la ciudad destruida y la levantaron.
http://www.marcorascon.org
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La consolidación de la Independencia
Un primero y curioso intento autonomista lo dirigieron, en 1566, los dos hijos de Cortés (el legítimo y el ilegítimo).
El día de mañana, 11 de septiembre, se cumple un aniversario más de lo que debiera ser una fiesta nacional. ¿Por qué? La Independencia no fue un proceso único y continuado, sino una suma de procesos diferenciados y, a veces, antagónicos.
Hubo antes del movimiento de Miguel Hidalgo otros intentos fallidos de independencia.
El más conocido es el de 1808, conducido por el Ayuntamiento de la Ciudad de México, que involucró al virrey José Iturrigaray (quien fue depuesto mediante un golpe por un puñado de peninsulares).
En 1799 surgió una "rebelión de los machetes" dirigida por Pedro Portilla, y cuyo estandarte fue también la Virgen de Guadalupe.
Un primero y curioso intento autonomista lo dirigieron, en 1566, los dos hijos de Cortés (el legítimo y el ilegítimo). Defendían la Encomienda, cuando la corona abolió tan abusiva institución. Se quejaba el encomendero Gonzalo Gómez de Cervantes:
"Los (peninsulares) que ayer estaban en tiendas y tabernas y en otros ejercicios viles, están hoy puestos y constituidos en los mejores y más calificados oficios de la tierra, y los caballeros y descendientes de aquellas gentes que la conquistaron y ganaron (los criollos), pobres, abatidos, desfavorecidos y arrinconados".
Era el origen del nacionalismo criollo. La conjura fue descubierta, y sus cabecillas ejecutados, salvo los hijos de Cortés, que retornaron a España.
Más allá de esos intentos podemos distinguir tres etapas en la Independencia: el inicio (cuyo bicentenario conmemoramos este año), que fracasó militarmente, pues los realistas tuvieron siempre mejor organización, pertrechos y disciplina. Por ejemplo, en puente de Calderón (el Waterloo de Hidalgo), 100 mil insurgentes fueron avasallados por siete mil realistas (lo que no obstó para levantar ahí mismo un monumento conmemorativo, para celebrar esa debacle). La segunda etapa, la Consumación, se dio cuando las guerrillas insurgentes habían dejado de representar un desafío al régimen virreinal, pero el triunfo de los liberales en España amenazó con alterar el orden vigente.
Los peninsulares y los criollos potencialmente afectados, conjuraron en La Profesa y determinaron, ahora sí, romper el vínculo con España, pero no para desmantelar el orden virreinal, como querían los insurgentes, sino para preservarlo. Se trató, pues, de un acontecimiento claramente diferenciado en propósitos y protagonistas respecto del estallido de 1810. Es decir, la Independencia no se dio gracias al movimiento armado de Hidalgo, sino a pesar de su derrota militar.
Un tercer momento, que debiéramos celebrar año con año, es la consolidación de la Independencia, que tuvo lugar cuando, en 1829, Fernando VII decidió enviar una expedición con el fin de reconquistar la Nueva España, suceso a partir del cual -calculaba con absoluta distancia de la realidad- recuperaría el resto de sus colonias americanas "y poner las cosas como estaban el año de 1640". Se encomendó al brigadier Isidro Barradas -llamado "el segundo Cortés" por la prensa española- desembarcar en Tampico, para desde ahí emprender la reconquista.
Tocó en suerte a Santa Anna estar en su natal Veracruz cuando ocurrió el desembarco, por lo que, sin pensarlo, de inmediato se lanzó a la defensa de la nación con algunos uniformados y milicias cívicas de la región. Ayudado por las enfermedades costeras y los elementos (aguaceros torrenciales) pudo el jalapeño en poco tiempo forzar la rendición de Barradas. No fue sólo una batalla la que se ganó en esa ocasión (la de Tampico), sino una guerra contra España, que determinó que ésta jamás intentara nuevamente reconquistar su antigua colonia.
Pocos años después, en 1836, se resignó a su pérdida y reconoció nuestra independencia.
Por eso mismo es que tal suceso debe considerarse como la "Consolidación" de la Independencia. Si no se celebra anualmente, es porque la historia oficial, mezquina como es, no quiere reconocer gloria alguna al villano Santa Anna (por eso tampoco se celebra la Consumación de la Independencia, pues Iturbide también quedó en el averno histórico).
Pero, con ello, se escatima al país una victoria contra el extranjero, como si nos sobraran. Algunos emprendedores ciudadanos tampiqueños decidieron hace poco reivindicar su triunfo para el pueblo tamaulipeco y celebran ya oficialmente (a nivel estatal) la consolidación de la Independencia cada 11 de septiembre.
Hubiera estado bien que en este año se reconociera esa fecha a nivel nacional (quizás ocurra en 2029), ahora que esa entidad padece una absoluta ausencia de autoridades, y está controlada por el crimen organizado.
José Antonio Crespo
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Editorial de El Universal / 21 de Sept, 2010
En Ciudad Juárez matan a la democracia y a la prensa
Por Ricardo Alemán De “Cuna de la democracia”, a tumba democrática
¿Cómo gobiernos y partidos, crearon el monstruo?
En Ciudad Juárez —en Chihuahua y en estados como Tamaulipas y Durango—, las bandas criminales no sólo se han matado entre sí, no sólo han matado civiles inocentes, no sólo ha acabado con la empresa y la industria; sino que han asesinado a la democracia y, en el extremo, han matado al último reducto de los anticuerpos sociales; a la prensa.
En Juárez —y en amplias regiones de Chihuahua, Tamaulipas y Durango—, el crimen organizado no sólo sentó sus reales, no sólo se convirtió en el verdadero poder fáctico, y no sólo volvió a la región en la más violenta del mundo, sino que en 25 años las bandas criminales destruyeron “la cuna de la democracia” que fue Juárez en 1986, para convertirla en “la tumba de la democracia”.
Entre 1983 y 1986 —hace poco más de 25 años—, Ciudad Juárez y todo Chihuahua fueron germen de la transición democrática mexicana. Con líderes como Francisco Barrio y Luis H. Álvarez —motejados como Los Bárbaros del Norte—, el PAN encabezó una verdadera revuelta democrática que —como no se había visto entonces—, movilizó a la sociedad juarense y de Chihuahua a favor de las causas democráticas y contra el PRI autoritario y nada democrático del inepto gobierno de Miguel de la Madrid.
Miles de hombres y mujeres, jóvenes, ancianos y niños; empleados, obreros y jornaleros —de todas las clases sociales—, no sólo sembraron la semilla democrática en Juárez y Chihuahua, sino que inventaron para buena parte de los mexicanos la terminología democrática; transición, alternancia, revolución democrática, tiempo de cambio, prensa libre, libertad de expresión, desobediencia civil, fraude patriótico…
Toda esa revolución democrática que estalló en Juárez y en Chihuahua entre 1983 y 1986, fue posible gracias a la impensable libertad de prensa que se vivía en esa región del país, pero especialmente gracias a El Diario de Juárez; respetado periódico local comprometido con su comunidad y con la democracia. Fue de tal magnitud la gesta democrática vivida por los habitantes de Juárez y Chihuahua en esos años —1983 1986—, que coloca a Juárez como “la cuna de la democracia” que no fue. (La Presidencia Imperial. Enrique Krauze: 414).
Han pasado 25 años de esa revolución democrática, y en Ciudad Juárez y Chihuahua ya no existe la cuna de la democracia, porque tampoco existe la democracia; asesinada por las bandas criminales. Ya no existen los “Bárbaros del Norte”, porque los azules se convirtieron en el bárbaro poder federal y perdieron la plaza, mientras los empresarios y el clero católico —bujías indiscutibles de la revolución democrática de 83-86—, no sacan la cabeza ni para la misa de seis.
En Juárez y Chihuahua ya nadie se acuerda de la fiesta democrática; de la movilización espontánea de miles de hombres y mujeres; viejos, jóvenes y niños; de todas las clases sociales que usaban la resistencia civil para tomar puentes, que hablaban de ideales como democracia, alternancia, transición, y de echar del poder al déspota partido único, autoritario y nada democrático, como pasos previos al mejor de los mundos.
Pero en una paradoja insultante, hoy no sólo el PRI gobierna Chihuahua, sino que el verdadero poder lo ejerce el crimen organizado —a partir de la ley de la plata o el plomo—; poder fáctico al que nada importa la democracia y nada sabe de libertad de expresión y alternancia.
Hoy las multitudes ya no toman las calles en la fiesta democrática, sino que huyen de Juárez y de Chihuahua; tienen miedo, hablan de violencia en voz baja, se repliegan a sus casas porque la calle y la resistencia civil son sinónimo de muerte. Juárez y Chihuahua pasaron “de la cuna de la democracia” a la tumba de la democracia. Y en esa metamorfosis de terror, hoy El Diario de Ciudad Juárez —motor de la revolución democrática—, agoniza víctima de las balas del crimen.
Y es que si hace 25 años en Juárez y en todo México la democracia se abría paso gracias a la naciente prensa libre —resquicio que no podía controlar el poder déspota del PRI—, hoy el poder fáctico del crimen no sólo mata a periodistas, sino asesina a diarios como el de Juárez.
¿Qué pasó? ¿Qué hicimos mal como sociedad? ¿En qué fallamos como Estado? ¿Dónde se perdió la brújula para llegar a la monstruosa desviación que llevó a Ciudad Juárez y a Chihuahua, de “cuna de la democracia”, a tumba de la democracia”? Algo hicimos muy mal los ciudadanos, los partidos, los gobiernos, el Estado todo, para convertir a Juárez y a Chihuahua, en la tumba de la democracia.
Hoy, Juárez y Chihuahua, igual que Tamaulipas, Durango, y otros estados controlados por el poder criminal, son ejemplo del fracaso democrático. Pero lo grave es que ningún gobierno, partido o político parecen tener tamaños para salvar a Juárez y a Chihuahua, y menos para castigar a quienes mataron a El Diario de Juárez. Al tiempo.
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