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Sunday, June 20, 2010

El gran crítico del poder
Por Luis Hernández Navarro
Editoriales: La Jornada / Junio 20, 2010


Si las llamadas telefónicas entre teléfonos fijos se cobraran por el tiempo aire de uso, Carlos Monsiváis habría tenido que pagar a Carlos Slim recibos millonarios.

Y es que, desde muy temprano, el escritor de la colonia Portales pasaba horas hablando por teléfono todos los días. Dominado por un insaciable apetito informativo, alimentaba diariamente su adicción pegado al auricular. Desde allí recorría cada uno de los hilos de la telaraña comunicacional que tejió durante años con amigos, informantes y registros.

Monsiváis fue uno de los hombres mejor informados del país. Lector voraz, era asiduo visitante a distintos cafés, cuando éstos parecían ser lugar en extinción, mucho antes de que vivieran su último boom a partir de la proliferación de los Starbucks. Desaparecido el café de Las Américas frecuentó la casa de té Auseba, y cuando ésta se convirtió en estética unisex mudó sus tertulias a El Péndulo. Sin embargo, no despreciaba para sus reuniones los Sanborns o las incursiones nocturnas a Los Guajolotes. Allí se reunía con sus comensales en maratónicas jornadas en las que se intercambiaban chismes, se hacían análisis de coyuntura y se expresaban lamentaciones por el estado siempre deplorable de la salud de la nación. Por supuesto, era el cronista quien narraba siempre las historias más precisas, inverosímiles y sorprendentes sobre personajes de la política y la cultura nacional.

Mordaz, dueño de un demoledor humor ácido, incansable narrador de anécdotas, el escritor era invitado permanente a cocteles y cenas. En ellas se convertía en un irresistible imán que atraía a su lado a la concurrencia, que inevitablemente estallaba en carcajadas ante sus demoledores comentarios o sus indiscretas revelaciones. Dotado de una memoria privilegiada, parecía conocer las estrofas de todas las canciones y poemas, los versículos de la Biblia y las secuencias de toda la filmografía nacional.

Excéntrico en sus hábitos alimentario, era común que en las comidas que se le ofrecían no probara alimentos o que degustara sólo los platos más humildes y sencillos de la dieta T (tacos, tostadas, tlacoyos, totopos). Despreocupado por su vestimenta, ajeno a la dictadura de la moda y los formalismos de la etiqueta, enemigo de la corbata, se dio el lujo de vestir como se le dio la gana.

Sin embargo, su popularidad desbordaba por mucho los salones de artistas, ricos y famosos. En la calle, la multitud lo reconocía y le deparaba trato de celebridad: lo tocaba y le pedía autógrafos y fotos, como si fuera un deportista o una estrella televisiva, y no precisamente por haber participado como actor en nueve películas y en la telenovela Nada personal.

Carlos Monsiváis fue, indiscutiblemente, el más importante e influyente intelectual público de izquierda del país. Su primer impulso radical le vino de su fe sentimental en la República Española y su primera filiación ideológica estuvo concentrada en la Reforma liberal y en Benito Juárez. Para él, la izquierda debía oponerse a la desigualdad, el mayor problema del país; denunciar sin tregua la corrupción, sacar conclusiones del fracaso del socialismo real, ser antirracista a fondo y defender los intereses nacionales sin ser nacionalista. Apoyó los movimientos ecológicos, la lucha contra el sida, los derechos de los animales, los humanos, los de las minorías, la no privatización del petróleo.

Influenciado por Upton Sinclair, utilizó el periodismo y la crónica como su principal vehículo de expresión. Sin embargo, reconstruyó el género fundiéndolo con el ensayo. Como él señaló: “La crónica puede ser un género de la solidaridad –a veces de la impotencia– que le permite a los lectores enterarse de lo que está pasando sin caer en la desesperanza”. Simultáneamente marcó personalmente el discurso de clérigos, empresarios y políticos, y evidenció, sin concesión alguna, sus lapsus, extravagancias y dislates. Maestro en el arte de dar entrevistas, sus opiniones sobre los más distintos tópicos fueron referencia constante en el debate político y cultural del país. Su influencia y estilo de crítica fueron tan profundos, que monsivasiano se convirtió en adjetivo que describe juicios y opiniones ocurrentes, atinadas y llenas de ironía.

Conciencia ética de una época en la que moral y política están más divorciadas que nunca, el escritor se asumió como "ciudadano indignado ante el atropello de la razón, los derechos humanos y la laicicidad". Desde una postura ética fue crítico radical del poder.

Construyó puentes inéditos entre cultura y política. Su trabajo intelectual puso (como dijo él sobre Salvador Novo) lo marginal en el centro y, en una era de anomia social, hizo la crónica de la sociedad que se organiza. Explicó el levantamiento zapatista desde las claves de la discriminación racial contra los pueblos indios y la falta de reconocimiento a sus derechos como minoría étnica. Defendió la causa de las mujeres sin ambigüedad alguna. Denunció y documentó los abusos en contra del mundo evangélico y protestante cometidos en el país. Reivindicó la laicicidad y la educación pública. Se sumó a las luchas contra el autoritarismo estatal, en favor de la democracia y contra los fraudes electorales. Alejado del panfleto, criticó el neoliberalismo. Apoyó a Andrés Manuel López Obrador, pero no dudó en señalar sus objeciones al plantón en Reforma de 2006. Simultáneamente fue opositor sistemático al régimen cubano. Nunca comulgó con el estalinismo. Le pareció inadmisible cualquier forma de violencia política. Condenó al nacionalismo vasco de izquierda.

Interrogado sobre qué le había servido vivir 70 años, Monsiváis respondió: “El líder sindical Fidel Velázquez, al cumplir 80 y tantos años, afirmó: ‘Ya se me pasó la edad de morirme’. No soy tan aventurado, pero sé que ya se me pasó la edad de reflexionar provechosamente sobre siete décadas. Y sí, sí formulo un deseo: que esparzan mis cenizas en el Zócalo para presumir en el más acá o en el más allá de un funeral céntrico.” No sé si su deseo pueda ser atendido, pero al menos su ataúd debería ser llevado al Zócalo para que las miles de personas a las que él en algún momento acompañó le rindan homenaje.

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In memoriam
Lágrimas de piedra en el Bicentenario (2210)
Carlos Monsiváis
Fuente: La Jornada

Epílogo

El Comité Organizador de los Festejos Luctuosos del Bicentenario de la Desaparición de la Humanidad antigua ya anunció el magno espectáculo de luz y sonido en memoria de incontables milenios y del triste final del género humano.

Hace todavía cien años, comentó el organizador, no habría sido posible esta apoteosis de la obligación de recordar, no sólo por el olvido de los idiomas, tan lentamente recuperados por los especialistas, sino porque las condiciones atmosféricas no lo hubiesen tolerado.

El programa de Festejos Lúgubres empezará con un homenaje rencoroso al Calentamiento Global que eliminó hace doscientos años la vida en el planeta. Debemos aceptar las grandes diferencias con nuestros semiancestros, y es justo reconocer que somos descendientes del Calentamiento Global.

Se insiste en lo que todos los integrantes de la Poshumanidad conocemos: el CG (para ya no repetir lo del Calentamiento Global) afectó la geología de la Tierra, convocó los desastres naturales, los terremotos, las avalanchas de nieve, las erupciones volcánicas de gran intensidad, los tsunamis que ahogaban a las propias olas. Extraigan los recuerdos de su ADN, se nos dice, los días de la intolerable temperatura en la atmósfera, los recuentos patéticos de las sumas del horror: los millones de toneladas de dióxido de carbono emitidas por vehículos, fábricas, centrales energéticas y aviones.

Allí están las imágenes remasterizadas (el sistema visual de cada persona está remasterizado), las secuencias que aún estremecen de las convulsiones atmosféricas, las revoluciones oceánicas, las metamorfosis de la geología y la geomorfología. Sin necesidad de los paleolíticos efectos especiales se aprecia cómo, gracias al deshielo de glaciares, se abren paso, ya sin obstáculos, las lluvias torrenciales. Y que nos lo digan: al derretirse la capa de hielo de la Antártida, el nivel del mar aumentó 61 metros, no desde luego medidos, sino calculados; la cifra que aterró en aquella época sepulta e insepulta, entonces al tanto de los seis metros suficientes para inundar Londres o Nueva York. Y no dejen de mencionar el hidrato de metano, acumulado en las capas milenarias de hielo que, al descongelarse, probaron su potencia, veinticinco veces más poderosa que el dióxido de carbono.

Como es previsible, el Festival Luctuoso del Bicentenario no consistirá básicamente en enumerar profecías ya cumplidas ni en censurar errores de cálculo del capitalismo salvaje, ni resucitará temas que enconen a los fantasmas del pasado. La idea es, tómese como se tome, aceptar los grandes cambios y ensalzar a la Poshumanidad. ¿Qué se gana con tener presente a esas razas de apariencia espantosa como precisan las fotos rescatadas? ¿Qué sentido tendría una mera evocación llorosa? Más bien, el Comité reparte invitaciones para su primera actividad: un desfile de carros alegóricos submarinos con escenas arcaicas de frotamiento incomprensible de los cuerpos. Eso es sólo el principio.

Entre los documentos que han llegado a manos del Comité Organizador de los Festejos Luctuosos del Bicentenario de la Desaparición de la Humanidad, se hallan las siguientes recomendaciones del empresariado internacional (2020):

1. Si el Apocalipsis o, como le dicen ahora, el Calentamiento Global, va a ser negocio, no tenemos inconveniente en su llegada. Lo que no se puede aceptar es un acabose no rentable, algo que por sí mismo desalienta las esperanzas de las inversiones a plazo fijo y el manejo bursátil de la confianza en el posfuturo.

2. Si se anuncia la gran catástrofe, no vendas todas tus propiedades, por devaluadas que estén. Resérvate tu casa, la comida real y virtual y un caudal de DVD por si el Juicio Final se prolonga al ser tantos los enjuiciados y tan escasos los abogados defensores, porque los del gremio no quieren participar por si luego no hay a quién cobrarle.

3. Búrlate de los que te aconsejen invertir en recursos energéticos. En una agonía planetaria, el petróleo y sus derivados no calman físicamente el hambre y la sed; es preferible almacenar el agua en cajas fuertes o vivir en macropeceras.

4. No te vuelvas un oportunista deleznable y no te conviertas rapidito a cualquier credo, o no asegures que eres el mejor creyente de tu manzana. Se ve mal. Mejor, con serenidad, acepta que siempre has creído en los valores y que ésos están asegurados en las reservas del Banco de México.

5. No caigas en el pánico, porque eso te crea incertidumbre, el estado de ánimo menos propicio para decidir cuáles inversiones son todavía provechosas.

6. Agradece a las autoridades federales si te disminuyen lo que debes pagar en agua y luz en caso de que la humanidad desaparezca. Pero no lo hagas en público, para que no se envanezcan. Más bien, lo que te toca decir es: "Ya que se va acabar su régimen fiscal, salen con esto. Agua no necesitamos porque ya viene el diluvio universal, y luz habrá en demasía cuando estalle el firmamento por falta de pago de la tenencia de los cielos".

7. Cuando estés solo con tu familia, no les salgas con la cantaleta de la unidad ante la adversidad. Mejor diles que ya que queda muy poco tiempo, hay que decir todo lo que se ha ocultado hasta el momento. Cuando tu mujer salga con que tuvo una aventura romántica durante 10 años, abrázala y perdónala. Luego le dices que tú les has sido fiel, pero sólo en lo que toca a su género. Y a tus hijos les informas que siempre has sabido que no eran tuyos y que por eso no les dejas nada en tu testamento, que de cualquier modo no les serviría a la hora en que se abra la tierra sin necesidad del apoyo solidario de los terremotos.

8. No se te ocurra liquidar tus deudas. Limítate a decir: "El de atrás paga". Y a ver quién se hace cargo de tu cartera vencida en las prisiones de la eternidad.

Texto tomado de Apocalipstick, el último libro de Carlos Monsiváis. Lo reproducimos con autorización de la editorial Random House Mondadori

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