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Tuesday, August 30, 2011

Entre Tijuana y Moscú
Por Diego E. Osorno

Cuando decidí que mi libro El Cártel de Sinaloa. Una historia del uso político del narco (Grijalbo, 2009), comenzara con un grupo de empresarios de las drogas ilegales que caminaban tranquilamente en el año de 2003 por los pasillos de un edificio sede del poder financiero mexicano, para reunirse con un candidato a la gubernatura de Nuevo León -que fue quien me relató el suceso- lo hice con la intención de poner en la mente del lector las añejas relaciones entre traficantes y políticos, de las cuales se habla muy poco a la hora de analizar el narco mexicano, sobre todo en comparación con los sicarios y otros miembros de la infantería criminal, quienes suelen acaparar los papeles principales de los relatos hollywoodenses.



La ciudad donde nací, Monterrey, capital de Nuevo León, vivió el pasado jueves un atentado terrorista ejecutado por un puñado de hombres que llegaron a plena tarde a un céntrico casino de nombre Royale, le rociaron gasolina a su fachada principal y después le arrojaron una cantidad todavía no precisa de granadas explosivas. Más de cincuenta personas murieron.



Sabemos lo anterior porque había cámaras de video grabando a los autores de la masacre al momento en que la perpretaban. Lo que no sabemos, lo que casi nunca graban las cámaras y es lo más importante, es lo que hubo detrás de una acción como ésta, sin precedentes, incluso para una ciudad que en los años recientes ha perdido la capacidad de asombro.



En Monterrey se sabe que desde que llegó la democracia a México (recordemos que hace no demasiado tiempo había comicios ficticios que siempre ganaba el PRI) los políticos locales buscaron financiamiento de las mafias para sus campañas electorales... y sus casas de campo. Así, aumentó la vida democrática y creció la vida mafiosa. Proliferaron los puntos de venta de droga, prostíbulos y otros negocios ilegales, como lo eran los casinos hasta hace poco. Esta red de relaciones es tan grande y tan extendida que se ignora a sí misma: Ni estando dentro de ella se conocen bien a bien todos los nudos que la conforman.



Los empresarios locales “regios”, antes famosos a nivel nacional por su empuje e integridad, se hicieron de la vista gorda, e incluso, no pocos de ellos invitaron a los nuevos empresarios mafiosos a sus fiestas y a algo más.



Hoy hay en Monterrey veinte centros de apuestas, establecimientos que son (o eran hasta el jueves) muy populares y que además casi cualquiera sabe que por su naturaleza son espacios idóneos para el lavado de dinero. Son dos los consorcios que operan principalmente los casinos “regios”: Uno es de Jorge Hank Rhon, ex alcalde de Tijuana y cuadro distinguido del PRI, a través de la empresa Caliente; el otro es Stromb International, una compañía cuya matriz queda en Moscú, Rusia y que está bien relacionada con Adalberto Madero Quiroga, exalcalde de Monterrey, del PAN, quien desde antes del atentado, era considerado como el propietario del cincuenta porciento del Casino Royale.



Lo que sucedió el jueves -y que no grabaron las cámaras- está entre esas coordenadas, pero cuidado: La tristeza diaria de la capital norteña ya no puede ser explicada como el resultado el enfrentamiento de un cártel contra otro cártel.


El abismo es todavía más hondo.


Columna publicada en El Diario de Nueva York, La Opinión de Los Ángeles y Publímetro.


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La incansable Carlota Botey
Luis Hernández Navarro


Finales de 1995 y comienzos de 1996. En el tramo carretero que une la ciudad de San Cristóbal de las Casas con el municipio de San Andrés, se colocaban varias mujeres en los días en que se realizaban los Diálogos de San Andrés sobre Derechos y Cultura Indígena. 

Cada mañana, la comisión de la gobernación que participaba en las negociaciones con los zapatistas pasaba por allí y se topaba con ellas. Cuando el convoy oficial se acercaba, el grupo desplegaba una manta en la que se acusaba al gobierno federal de asesino. Allí, con las manifestantes, se encontraba, invariablemente, Carlota Ángela Botey Estape.

Así se las gastaba ella. Cuando en 1994 Carlos Salinas de Gortari brindó su último informe presidencial, Carlota, en ese entonces diputada de representación proporcional por la quinta circunscripción del Partido de la Revolución Democrática (PRD), gritó insistentemente al Presidente, junto con un grupo de mujeres, "mentiroso y asesino". Previamente, con tres legisladores más, sin romper con su partido, ella se había declarado diputada convencionista, como muestra de su solidaridad, compromiso y participación en la Convención Nacional Democrática, convocada y organizada por el EZLN.

Carlota Botey llegó a las filas del PRD después de años de militancia cenecista. Nació en la ciudad de México el 8 de febrero de 1943, en el seno de una familia de exilados españoles. Estudió antropología y se acercó a las que serían sus grandes pasiones a lo largo de su vida: la sociedad rural, el mundo campesino y las mujeres del campo.

Cercana durante años a Beatriz Paredes, fue simultáneamente estudiosa y funcionaria honesta de las instituciones gubernamentales de la reforma agraria. Fue directora de Planeación y del Programa Nacional de Mano de Obra Migratoria de la Secretaría de la Reforma Agraria (1971-1976). Fue representante de la Secretaría de la Reforma Agraria en la Comisión Intersecretarial para el Estudio de los Problemas derivados de la Corriente Migratoria a Estados Unidos y autora de estudios pioneros sobre jornaleros agrícolas migratorios.

Años después, ya en la oposición, acompañó la lucha de diversos grupos de braceros. Entre 1979 y 1981 dirigió el Programa de Organización de Productores en el estado de Tlaxcala. De 1982 a 1985 fue directora general de Promoción Agraria de la SRA.

Distanciada del cenecismo, pero sin romper abiertamente con éste, fue directora general del Centro de Estudios Históricos del Agrarismo en México entre 1985 y 1992. Desde allí impulsó una formidable labor editorial en la que produjo más de 80 libros sobre la historia agraria de México, en los que participaron investigadores que militaban abiertamente en las filas de la oposición de izquierda.

La gota que derramó su vaso y propició su incorporación al neocardenismo (con el que ya simpatizaba) fue la aprobación, el 6 de enero de 1992, de las reformas al artículo 27 constitucional que abrieron al mercado la propiedad social de la tierra. Apenas un día después de que se presentó la iniciativa de reformas, denunció que era un engaño y llamó a un gran debate nacional. No hablaba de oídas. Realmente era una gran conocedora de la problemática rural. Junto con el profesor Everardo Escárcega había elaborado una notable propuesta para rehabilitar el ejido que fue desechada por la tecnocracia priísta, interesada en drenar a la población del campo y desmantelar la propiedad social.

Su balance de la política salinista hacia al campo fue demoledor. Según ella, Salinas desprotegió la agricultura, redujo subsidios y provocó una fuerte pérdida de rentabilidad en la mayoría de los productores agropecuarios. Con la reforma del artículo 27 constitucional y la firma del Tratado de Libre Comercio propició el proceso privatizador y una indiscriminada apertura comercial. Esto provocó, a corto plazo, la quiebra de miles de productores rurales.

Al incorporarse a las filas del neocardenismo se volvió una militante tenaz, incansable y aguerrida. Lejos de recluirse en su escaño al ser electa diputada en la 56 Legislatura y presidenta de su comisión de Reforma Agraria, participó en multitud de protestas, movilizaciones y denuncias.

El cabello blanco, la tez clara y su tradicional sobriedad y elegancia en el vestir la hacían parecer en ocasiones un personaje proveniente de otra realidad social, trasplantado artificialmente a la lucha subalterna. Sin embargo, su radicalidad y compromiso con los sectores populares, su capacidad para comunicarse en un lenguaje sencillo y directo, producto de muchos años de trato con campesinos, su integridad y compromiso, le valieron el cariño, la estima y la admiración de muchos de sus compañeros.

Cuando en 1994 estalló el levantamiento zapatista, dedicó mucho tiempo a tareas de apoyo a la rebelión. Fue parte de la CND, participó en los cinturones de la paz que resguardaron los Diálogos de San Andrés y fue integrante de la comisión organizadora de la primera consulta internacional del EZLN.

Lo mismo sucedió entre 1998 y 2006, años en los que fue directora general de Regularización Territorial del Gobierno del Distrito Federal. No obstante ser funcionaria pública, siguió escribiendo y editando trabajos esclarecedores sobre la cuestión agraria y la mujer campesina, al tiempo que se solidarizaba con las luchas populares.

El 5 de octubre de 2004, Carlota Botey renunció al sol azteca. Su radicalidad e independencia incomodaban a la dirección del partido. Estaba harta de la lucha de tribus y de las componendas con el poder. “Me di cuenta –escribió en La Jornada–, incluso con mucho dolor de por medio, que el PRD ya no tiene identidad, que ya había claudicado y dejado de lado su propio historial de luchas.”

Su salida del partido no significó que abandonara la lucha por la transformación social. Por el contrario, hasta los últimos días de su vida redobló su compromiso con las causas que consideraba justas. Sin embargo, este 24 de agosto el cáncer le ganó la partida. De seguro, adonde sea que haya ido, sigue enfrentando la injusticia con la misma tenacidad y coraje de siempre.

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