Una guerra equivocada
Octavio Rodríguez Araujo / Fuente: La Jornada
Me propongo usar la base de datos que nos presenta el gobierno de Calderón a través de la vocería de seguridad (www.presidencia.gob.mx/?DNA=119), y demostrar con sus datos y la cita de un caso (Cuernavaca) que se trata de una política equivocada y que la guerra del Presidente, que en 2010 produjo muchas más muertes de civiles (narcos o no, pero civiles) que en Afganistán en el mismo año, no ha resuelto nada a favor de la población, que vive con temor permanente.
Una de las hipótesis de Eduardo Guerrero Gutiérrez (uno de los autores de la base de datos con el registro de homicidios presuntamente relacionados con la delincuencia organizada) es que cuando se mata a un capo los subalternos pelean por recuperar la plaza. Aceptando que los narcos se matan entre sí (a Beltrán lo mataron los marinos, no otra banda) y no en enfrentamientos con el gobierno, nos falta un dato para saber cuál va a ser el desenlace: ¿cuántos narcos hay en Cuernavaca? Así sabríamos cuántos faltan por matarse, siempre y cuando no vengan de otras ciudades ni se sumen al narco nuevos elementos nativos.
Como no sabemos cuántos hay ni cuántos irán a Cuernavaca, no podemos saber cuál va a ser el resultado, por lo que estamos en presencia de acciones típicas de palos de ciego. Beltrán, dígase lo que se diga, controlaba la plaza y había pocos muertos. Él, u otro de su grupo, no recuerdo, dijo que su negocio era el comercio de sustancias ilegales, no matar gente ni decapitarla. A partir de su asesinato, sigue el comercio de sustancias ilegales pero ha aumentado considerablemente el número de muertos.
La seguridad de Cuernavaca casi no existe y, según los empresarios de la entidad, el turismo ha disminuido en 80 por ciento, precisamente por la inseguridad y el clima de violencia (La Jornada Morelos, 16/1/11). En los pasados 30 días hubo más de 100 casos de asaltos a casas familiares y no hay semana en que los comensales de los restaurantes no sean asaltados incluso al mediodía. Esto no ocurría antes.
En la siguiente gráfica se puede apreciar cómo ha evolucionado el número de homicidios presuntamente asociados a la guerra contra el narcotráfico.
Cuando Beltrán Leyva era el Jefe de jefes el crimen callejero, las extorsiones, los secuestros, los asaltos a casas, comercios y bancos eran realmente escasos. Tanto jóvenes como adultos salían de noche, asistían a antros, muchos de ellos desiertos ahora, discotecas, restaurantes, etcétera, la gente viajaba en sus automóviles con las ventanas abiertas.
Había, pues, seguridad. ¿Se consumían drogas? Sí, pero no más que ahora, según declaraciones aisladas de padres de familia o de autoridades escolares. En el país no más de medio millón de mexicanos consume drogas ilícitas (0.45 por ciento de la población), y esto es así porque el grueso del trasiego de éstas es para Estados Unidos, donde hay más de 20 millones de consumidores regulares.
Se combate al crimen organizado pero no el consumo de las drogas ilícitas. Este simple hecho hace pensar que las acciones del gobierno contra el narcotráfico son un servicio que se le está prestando, a costa de la tranquilidad y la seguridad en México, al país del norte, donde tampoco se ve disminuir el consumo. Dicho sea de paso y casualmente, fueron las autoridades de Estados Unidos las que dieron la información de la ubicación de Beltrán Leyva, y si en esa ocasión se usó a la Marina fue porque el embajador de ese país, según los cables filtrados por Wikileaks, desestimó al Ejército por su lentitud y falta de respuesta.
Lo mataron, sí, y lo exhibieron de fea manera, humillante, cuando debió ser aprehendido y llevado a juicio previa orden de cateo del apartamento en donde se encontraba; y el resultado fue el aumento exponencial de inseguridad y muerte en Cuernavaca.
¿Quién se benefició con este crimen del capo? No el Ejército, cuya incompetencia se quiso demostrar; tampoco la Policía Federal o la estatal; tampoco el pueblo de la capital de Morelos. ¿La Marina? Tampoco, pues días antes asesinó con decenas de disparos a la señora Patricia Terroba en Ocotepec, municipio de Cuernavaca, mientras se le escapaba –casualmente– La Barbie por la puerta trasera, para ser detenido, sin siquiera un raspón, ocho meses después.
La escalada de violencia y criminalidad ha aumentado y todos los pronósticos serios indican que así continuará hasta el último día de Calderón en Los Pinos. ¿Y la población que en nada nos afecta que se exporte droga a Estados Unidos? No defiendo a los criminales, de ninguna manera, pero debemos estar conscientes de que antes de que Calderón se dedicara a perseguirlos vivíamos en relativa calma y sin miedo a salir de nuestras casas, no veíamos militares patrullando las calles y parando y esculcando nuestros vehículos sin orden de la autoridad competente. Había asaltos, sí, pero estos se debían más a la falta de empleos y a la pobreza que al crimen organizado.
No podríamos estar peor, y lamentablemente no todos podemos emigrar a lugares más seguros.
A John Ross, un intelectual coherente.
Lo mataron, sí, y lo exhibieron de fea manera, humillante, cuando debió ser aprehendido y llevado a juicio previa orden de cateo del apartamento en donde se encontraba; y el resultado fue el aumento exponencial de inseguridad y muerte en Cuernavaca.
¿Quién se benefició con este crimen del capo? No el Ejército, cuya incompetencia se quiso demostrar; tampoco la Policía Federal o la estatal; tampoco el pueblo de la capital de Morelos. ¿La Marina? Tampoco, pues días antes asesinó con decenas de disparos a la señora Patricia Terroba en Ocotepec, municipio de Cuernavaca, mientras se le escapaba –casualmente– La Barbie por la puerta trasera, para ser detenido, sin siquiera un raspón, ocho meses después.
La escalada de violencia y criminalidad ha aumentado y todos los pronósticos serios indican que así continuará hasta el último día de Calderón en Los Pinos. ¿Y la población que en nada nos afecta que se exporte droga a Estados Unidos? No defiendo a los criminales, de ninguna manera, pero debemos estar conscientes de que antes de que Calderón se dedicara a perseguirlos vivíamos en relativa calma y sin miedo a salir de nuestras casas, no veíamos militares patrullando las calles y parando y esculcando nuestros vehículos sin orden de la autoridad competente. Había asaltos, sí, pero estos se debían más a la falta de empleos y a la pobreza que al crimen organizado.
No podríamos estar peor, y lamentablemente no todos podemos emigrar a lugares más seguros.
A John Ross, un intelectual coherente.
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