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Saturday, June 23, 2007

Dos naciones, dos banderas!

Unos tricolores de dos banderas

Los aficionados mexicanos se unen en apoyo a Estados Unidos contra los canadienses

Rafael Ramos Villagrana
Lea el articulo en el Diario La Opinion / 22 de junio de 2007

CHICAGO, Illinois.— El corazón dividido. Y la pasión definida. Se meten dos gritos hasta los socavones de los pulmones, pero hay un solo alarido.

Invocan dos ilusiones, pero evocan una sola convicción.

Son esa nación de dos nacionalidades, que lleva la identidad mexicana en la inconfundible identidad mestiza, pero que han hecho una vida en Estados Unidos, dejando su vida en México

Y son distintos. Y son especiales. Y son confusos. Y a veces se confunden.

Son capaces de ponerse dos camisetas, pero al final ondean una sola bandera.

Son capaces de convivir en esa esmirriada frontera entre el país al que añoran y el país en que viven… mientras el sortilegio del futbol no los ponga frente a frente

Son capaces de saludar ambas banderas, pero sólo entonan un himno.

Son capaces de poner una mejilla para que se las abofeteen amorosamente con tres colores y de poner la otra para que se las unten con tonos de barras sin estrellas.

Son capaces de festejar los goles de los hombres que han castigado reciente y constantemente a su equipo Tricolor, pero con la esperanza única de que un tiempo, en algún momento, por una sola ocasión, se beban el saborcito acumulado de la revancha.

Son capaces de encender dos veladoras, aunque de encomendar sólo a un santo patrono de indiferencia hacia el futbol, al equipo de su devoción.

Son capaces de vestirse de verde y descararse en azul y rojo, porque son capaces de vestir a la prole de rojo y azul, para pedirles que se descaren en verde…

Son capaces de ostentar dos pasaportes, dos lenguas, dos religiones, dos monedas, dos mujeres, dos hogares, dos nostalgias, pero al final, la ensoñación del gol tiene una sola identidad.

Son capaces, en el juego preliminar de las semifinales de la Copa de Oro, arengar a las proezas inconclusas a veces de Donovan, de Johnson, Beasley y Dempsey, pero para ellos el gol tiene otros nombres y otros personajes, extravagantes, excéntricos, peculiares, cierto todo, pero más afines y menos ajenos en nombres y en apariencia: Cuauhtémoc, Bautista, Guardado, Medina, Salcido, Osorio…

Son capaces de seguir de pie, relajados y atentos, la pelea fragorosa de Estados Unidos con Canadá, pero seguirán sentados, en el filo de la angustia y del asiento, la batalla desesperada entre la selección de México de Hugo Sánchez, ahijada histórica de la Guadalupana contra la corte de guadalupanos de la Isla Guadalupe. Porque es una batalla peculiar… es la fe de los hombres contra la fe en los hombres.

Porque al final, para saltar del escenario de la vida al escenario de la cancha, sólo hay que pagar un boleto, vestirse el hábito en forma de camiseta, invitar una cerveza e ir resignado a vivir en la trémula línea divisoria del drama final, entre el lamento y el festejo.

Por eso son capaces de convivir como si fueran geminianos: uno, el reflejo del espejo que se le parece cada vez menos al que es, porque el otro, el de frente al espejo, quiere parecerse cada vez más al que siempre fue.

Pero son ellos los que dominan. Los mexicanos que hacen de Chicago su segunda casa, su segundo hogar, su segunda patria, y el Solider Field su segundo estadio.

Algunos incluso ya visten de rojo. Visten de Fire. Visten de apostolado porque el patriarca ha llegado a casa: Cuauhtémoc Blanco, y sus camisetas, apócrifas, con el "10" en la espalda y sin la "h" en el nombre, se compran a 10 dólares y a 20 con el autógrafo, que ante la pésima caligrafía del jugador, es hasta probable que sea genuino.

Son ellos los que han poblado de manera dominante la casa ajena y la selección de Estados Unidos se siente reconfortada, porque con la tribuna vestida de mexicanos, por esta vez, por esta única e histórica vez, le llueven aplausos y alientos y no las ya identificadas e identificables mentadas de madre.

El futbol consigue eso. Que comparezcan esas figuras, con el corazón dividido y la pasión definida, que son capaces de meterse en dos gritos hasta los pozos del alma, aunque guarden, para su México, el único y estentóreo alarido.

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