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Tuesday, March 02, 2010

Legalización del consumo de drogas
Javier Flores
Fuente: La Jornada

Todo mundo lo sabe, pero muchos hacen como que no se dan cuenta: la guerra contra el narcotráfico, tal como está planteada en México, es una guerra perdida.

Lo saben quienes la han declarado y han convertido al país en un territorio ensangrentado.

También lo saben, aunque lo reconocen sólo en privado, algunos intelectuales afines al gobierno de Felipe Calderón.

Lo saben los altos mandos de las fuerzas armadas, los narcotraficantes, los dirigentes de los partidos políticos, los medios de comunicación. Lo saben muchos mexicanos. El actual gobierno panista terminará en algún momento. Se nos dirá que la tarea no pudo ser concluida, pero que hubo avances sustanciales. Eso será cierto si consideramos como logros nuestra adaptación a las ejecuciones de personas inocentes y a ver rodando cabezas por las calles.

En una reunión con rectores de universidades, realizada hace tres semanas, Carlos Fuentes se refirió directamente a este tema. Fue muy claro al señalar que, como lo muestra la experiencia en Ciudad Juárez, el combate frontal al narcotráfico no ha dado resultados, y se manifestó nuevamente por cambiar de estrategia hacia la despenalización de las drogas.

Creo que no hay que perder de vista el objetivo de esta guerra, según los propios dichos oficiales. Se trata de evitar un daño que se ubica en el terreno de la salud pública. Se parte de varios supuestos: todas las drogas, sin excepción, son dañinas para la salud. El consumo de drogas en México ha crecido en los años recientes. Los jóvenes son la población más vulnerable. Lo anterior se acompaña, como en toda guerra, de los recursos propagandísticos. Aparece un eslogan: "Evitemos que las drogas lleguen a nuestros hijos".

Algunos de los supuestos anteriores son falsos. Primero, los efectos biológicos de las drogas ilícitas son diferentes en cada una. Referirse de igual manera a los daños producidos por la mariguana que a los de las metanfetaminas o la heroína, muestra un enorme desconocimiento y falta de seriedad intelectual. Además, se ha invertido una realidad para justificar una política: antes México era vía de tránsito para atender la demanda de otros países; ahora lo que se resalta es el incremento del consumo entre los jóvenes de nuestro país, lo que enmascara las características principales de un fenómeno que evidentemente es de naturaleza trasnacional. Entre 2002 y 2008 el incremento en el consumo de drogas ilegales en México ha sido menor a uno por ciento (0.7). El número de personas con dependencia a drogas se estima en 500 mil (menos de 0.5 por ciento de la población). La lista de las 15 principales causas de muerte en México no incluye el consumo de drogas ilícitas.

A tres años de haberse iniciado, los costos de esta guerra son ya incalculables, y no sólo me refiero a su parte económica, que es cuantiosa. Las fuerzas armadas y las policías en las calles. Se establecen en algunas poblaciones auténticos estados de sitio. Hay miedo entre la población y se pierden libertades. Todos los días hay ejecuciones. Los niveles de crueldad son inimaginables. Mueren cotidianamente delincuentes, así como policías y soldados. Las víctimas mortales se extienden cada vez más a la población civil. Como ya he señalado aquí en varias ocasiones, a pesar del maquillaje oficial de los datos, mueren en promedio más personas al año por el combate al narcotráfico que a consecuencia del consumo de drogas ilegales. Paradójicamente, en medio de esta guerra las drogas se consiguen con facilidad en las calles, o para decirlo en el lenguaje oficial: "siguen llegando a nuestros hijos".

Ante esta realidad lacerante, tiene razón Carlos Fuentes. Está más que justificado explorar otras estrategias. Cambiar un escenario de lucha armada por medidas más racionales, como las orientadas a desalentar el narcotráfico. La prohibición es el elemento principal que hace florecer este negocio multimillonario. Fuentes propone una legalización paulatina de las drogas, que consiste en comenzar con la despenalización del consumo de mariguana (que es la de mayor demanda en México y en otros países), cuyos efectos, desde el punto de vista médico, son los menos dañinos. Los enormes recursos económicos que se desperdician en la actual política de confrontación pueden emplearse en la prevención y tratamiento de las adicciones.

Ya sé que no somos una nación desarrollada como Holanda, pero nuestra terrible realidad, como país pobre inmerso en la tragedia cotidiana de una guerra absurda, nos obliga a considerar con seriedad propuestas como la que hace Carlos Fuentes… La otra opción consiste en seguir haciéndonos tontos.


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Montemayor: humanismo es la consigna
Marco Rascón


Ante la superficialidad del pensamiento, la política, las críticas y hasta de los premios, características de hoy, toparse con un hombre como Carlos Montemayor era de entrada y a la primera frase un contraste, una convocatoria a bajar a lo profundo, indagar, buscar la esencia de las cosas y estar ante la consigna de lo humano.

En La Jornada de ayer a mis colegas les faltó hablar de un aspecto de Carlos Montemayor intrínsecamente unido a su gusto por cantar, por la poesía, por la palabra dicha o escrita, por la historia, los paisajes y los lugares: la cocina.

A Carlos le gustaba no solamente comer, sino recrear recetas, y fueron largas las tertulias en casa de José Muñoz y Laura, su mujer, o con otro gran historiador y gastrónomo de Chihuahua, Jesús Vargas, con quienes se hacía la magia con nuestros menudos, frijoles, chiles pasados y caldillos que servían para despejar la memoria y la imaginación sobre Parral, la sierra y los grandes orgullos de los sabores chihuahuenses. En aquellas ocasiones, siempre terminábamos cantando, ya sea con pistas que llevaba Carlos para deleitarnos con arias napolitanas o al piano que tocaba Pepe para darle gusto al gusto.

En una ocasión, con invitados de Cuba, a sugerencia de Carlos y Jesús Vargas hicimos un chile pasado con robalo, pues en la gastronomía una obsesión es la creatividad. En los cumpleaños de Marco Antonio Campos nunca faltaron las pastas y las paellas negras.

Carlos Montemayor movía al concepto del humanismo integral y esto lo hizo un ser excepcional, didáctico, convocador del pensamiento crítico contemporáneo. Toda su obra literaria, vasta y variada en géneros, se cons-truía a partir de la investigación que volcó en novelas históricas. Las principales gestas de las guerrillas en México comienzan con Guerra en el paraíso a la que sigue Las armas del alba; se trata de novelas que bien podrían estar a la altura de tantas leyendas y consecuencias políticas, como tuvieron el Partido de los Pobres, de Lucio Cabañas, y el asalto al cuartel de Ciudad Madera, en 1965.

La obra de Carlos Montemayor tiene alto valor de independencia, pues se abrió paso al margen de los cacicazgos literarios y fue generoso como maestro y crítico de obras como la de Fritz Glockner, Cementerio de papel, o la de Diego Lucero, aún inédita, sobre la guerrilla urbana en Chihuahua en 1972, más muchas otras que asesoró y comentó con autores y lectores. El jueves próximo Carlos participaría en la presentación del tercer tomo de Represión y rebelión en México, de Enrique Condés Lara, junto con Froylán López Narvaéz y Cristina Gómez.

Un hombre con los talentos de Carlos Montemayor tenía que estar dotado de la didáctica, de la voz pausada para explicar y transmitir conocimiento, no como punto final, sino como elemento para pensar y crear conceptos nuevos. Por ello, su novela se basa en testimonios vivos, más que en la historiografía escrita; y fue por ello que pese al género novela, ésta estuviera considerada no ficción, sino historia verdadera.

Carlos Montemayor se convirtió en la voz y la expresión de las memorias de decenas de sobrevivientes de las guerrillas y la guerra sucia, y por eso la vigencia de su obra se hizo incómoda para el poder que siguió protegiendo la impunidad de aquellos años.

Una de las últimas veces que vi a Carlos en aquellos desayunos del paisanaje, platicamos sobre la violencia en Ciudad Juárez y la posibilidad de que estuviéramos ante una versión falsa de los crímenes. Nos horrorizaba la posibilidad del surgimiento de escuadrones de la muerte y el nacimiento del paramilitarismo en versión moderna para generar un terror que ellos mismos "resolverían", o como vía para imponer una salida autoritaria a toda la descomposición política y económica en México.

La violencia en Chihuahua y todo el país fue un tema que Carlos dejó pendiente al ser alcanzado por la virulencia del cáncer, que primero lo emboscó, y luego dio el salto mortal.

Destacada y difícil fue su participación en la llamada Comisión de Intermediación entre el Ejército Popular Revolucionario (EPR) y el gobierno por los casos de desaparición forzada. Carlos denunció la actitud gubernamental y dio por terminada esta comisión por el comportamiento del gobierno federal ante la demanda de aplicación del estado de derecho.

En el discurso de recibimiento a Víctor Hugo Rascón Banda como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, Carlos Montemayor señaló que era la primera vez que dos chihuahuenses compartían la pertenencia a la academia.

Hoy los dos se han ido y el vacío es doloroso y notorio. Podría considerarse ésa la época de oro de la literatura chihuahuense, de dos escritores comprometidos con los problemas de su país que aportaron inmensa riqueza intelectual y cultural.

Carlos Montemayor fue un hombre universal que eludió canonizaciones, pues sabía que la historia escrita es imperfecta, pero al ser crítica se convierte en armas del alba y guerras en el paraíso.

A Susana y sus hijos, un enorme abrazo

http://www.marcorascon.org

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Editoriales de La Jornada

Seguiremos hablando, Carlos

Paco Ignacio Taibo II


Una vez te dije que viejos rojos, viejos rockeros y viejos novelistas nunca mueren y me propusiste que añadiera a la lista a los cantantes de ópera. Tengo que confesarte que nunca lo hice.

Estábamos en una gira enloquecida por Italia de presentaciones cruzadas de nuestros libros recientes y teníamos un montón de pactos: yo no rechazaba una copa de vino y a ti te tocaba doble: nunca repetíamos la misma presentación y hablábamos de política cuando esperaban que habláramos de literatura y a la inversa. En algún lugar descubriste un piano y un pianista y mezclamos defensas de los zapatistas, con reflexiones sobre la novela y luego te pusiste a cantar áreas de óperas de Verdi ante un grupo de entusiastas adolescentes sentados en el suelo, que parecían estar muy contentos de que los intelectuales de izquierda mexicanos fuéramos tan heterodoxos.

No siempre nos quisimos bien. ¿Te acuerdas del encontronazo en Mérida? Y luego llegó Guerra en el paraíso, como bien sabes me deslumbró y nos sentamos a discutirla, y nos hicimos muy amigos. Mezclándonos en esta vorágine de resistencias e historias que ha sido el México de estos años.

Tengo que llevarte el prometido video donde en la ceremonia de clausura de la Semana Negra en Gijón cierras la informalidad cantando el brindis de La Traviata con una botellita de Pepsi en la mano.

En ese mismo viaje, después de mostrarte las virtudes de la fabada, se me ocurrió decirte que la comida chihuahuense era un mito. Espantado ante tanta herejía juraste que íbamos a corregir el despropósito. Y días después de retornar a México me llevaste a un restaurante en la colonia Roma, llamado La batalla de Tequila, y nos pusimos verdes de tanto chile asadero, caldillos y guisos, que casi tuvimos que bajar las escaleras de rodillas, yo pidiendo humildemente perdón.

Fue entonces cuando me contaste tu teoría de por qué los chihuahuenses o los coahuileños, o los norteños de Durango o Sonora no han tenido problemas para apropiarse de la cultura helénica. “Estás ahí sentado a la puerta del rancho –decías–, y ves pasar a una vaca. Y no es de nadie. Zas, te la apropias. Y luego ves pasar a lo lejos un ejército de hombres sudorosos con armas de bronce, que apenas brillan en el sol que se acaba, y zas, te los apropias. Y te encuentras de repente con que La Iliada y La Odisea son tuyas.” La teoría resultaba fascinante y siempre intenté encontrarle un complemento que explicara que los que nacimos mirando al mar tenemos la misma posibilidad de apropiarnos de lo que va pasando en piraguas, falúas, veleros o vapores. Nunca te la he contado.

Me quedan siempre cosas por decir. Llego siempre tarde a todo: a los homenajes, a los recuerdos, al dolor de la pérdida, a la memoria. Es la condena del que espera una segunda oportunidad. Sea esta una vez más. Pero estate tranquilo, añadiré a los cantantes de ópera a la lista de los que nunca mueren, te seguiré leyendo, me seguiré olvidando de llamarte por teléfono para aquella comida que tendríamos en casa, que habría de ser esta semana, y que no podría ser cena y en la que Paloma había prometido lucirse en la cocina porque quería agradecerte la larga conversación solidaria que tuvieron cuando fue despedida hace unos meses.

Y seguiré conversando contigo en las noches, como hago con tantos otros.

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