Recordando a Zedillo y su obra
Por Marco Rascon
Hoy, cuando muchos se desagarran las vestiduras tras descubrir a Ernesto Zedillo en Davos, Suiza, es oportuno recordar lo que hizo el ex presidente en lo político, y principalmente en el Partido de la Revolución Democrática.
En 1994, después de la elección presidencial, alguien había inventado en el PRD aquello de la “transición pactada” e hizo sonar música al oído del presidente electo. Se debatió en el tercer congreso de Oaxtepec y la propuesta salió derrotada. Una vez que llegó a la presidencia entre la rebelión zapatista en Chiapas y el asesinato de Luis Donaldo Colosio, se interrumpió la sucesión presidencial, pero aparecía un delfín emergente llamado Ernesto Zedillo.
En el PRD, ante la idea alimentada por el zedillismo de que habría una negociación cupular y secreta con el partido que no reconocía la legitimidad del gobierno de Carlos Salinas, la competencia entre varios dirigentes de pequeños grupos al amparo de la amplia fuerza democrática que había constituido el partido como herramienta y medio para avanzar, corrían cada uno por su lado a Los Pinos, buscando ser interlocutores de la “transición pactada”. ¿A cambió de qué?, nos preguntábamos.
Al final de ese primer año, la elección del nuevo presidente nacional del PRD arrojó cuatro cosas. Uno: la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia nacional del partido; dos, su triunfo como interlocutor secreto de la “transición pactada” con Zedillo, al cual llamaba a apoyar, razón por la que fue cuestionado públicamente por Amalia García, Heberto Castillo y Porfirio Muñoz Ledo; tres, el fortalecimiento de las corrientes que, de pequeños grupos marginales, pasaron a ser la estructura básica del PRD, y cuatro, el nacimiento del lopezobradorismo que con mano invisible destruyó el programa original, abandonó la visión latinoamericanista, y ahora busca destruirlo por fuera y por dentro con sus candidatos internos e impuestos con el Partido del Trabajo (PT) y Convergencia.
La máscara de cerdo, aquel primero de septiembre de 1996, era parte del debate interno en el PRD y, según la versión grabada que poseo y que fue la que se transmitió por televisión, se anuncia antes de la llegada de Ernesto Zedillo al salón de plenos que ésa sería una sesión tersa y tranquila, gracias a que en días previos se habían reunido el presidente Zedillo con el presidente del PRD: Andrés Manuel López Obrador.
La fracción de diputados y senadores mayoritariamente asumieron que ese informe era la firma de la “transición pactada” de la que todos hablaban pero nadie conocía sus términos. El discurso de Zedillo fue claro, ante el silencio pactado de la bancada perredista: uno, vamos a privatizar Pemex, Comisión Federal de Electricidad y Ferrocarriles Nacionales; ése era el paquete de las “reformas estructurales” que recogería rigurosamente Vicente Fox. Frente a la aparición del Ejército Popular Revolucionario (EPR), utilizado como destinatario para el PRD, “toda la fuerza del Estado” contra los que atenten contra el modelo y la estabilidad, y de esa manera se dio la bienvenida al partido en la clase política a cambio de reconocer el modelo económico que ahora hasta el mismo Zedillo denuncia cínicamente. Por eso molestó a la clase política la “máscara de cerdo”. Sólo faltaba acabar con la fuerza original del perredismo, representada, como oposición y programa, por Cuauhtémoc Cárdenas.
Después, el PRD se llenó de despensas del DIF zedillista para la corriente encabezada por René Bejarano. Esa misma fuerza respaldaría en el 2000 la candidatura de López Obrador para jefe de Gobierno del Distrito Federal, cuestionada por Pablo Gómez y Demetrio Sodi debido a su ilegalidad. El bejaranismo, andamiaje estructural del lopezobradorismo, luego del escándalo de los videos, con factura a cargo de la izquierda, consumó la transición pactada: todos los políticos de centro, derecha e izquierda son corruptos.
A partir de entonces, hay una tarea pendiente para el PRD: deslindar con hechos, pues vienen atrás el PRI y el PAN, dispuestos a dejar sellado para siempre que la izquierda es corrupta. Por eso, se ha sostenido en este espacio que el zedillismo que hoy descubren también dio origen al lopezobradorismo y a la pérdida de los principios democráticos y de izquierda. Para los que buscan evocar la memoria y decidir quiénes les gustan o no, no se equivoquen: recuperar y registrarse no es el peligro, sí dejar que continúe. Frente a la falta de objetividad, la tarea fundamental hoy es construir y rescatar en las condiciones internas del partido del sol azteca lo que en su tiempo advertimos y criticamos.
Así llegamos de nuevo, con nuestras coincidencias y diferencias, ante los hechos: unos quedaron de un lado y otros de otro. La decisión no es ser simplemente testimoniales, sino contribuir a la recuperación de nuestra identidad. Frente a la disyuntiva, unos defienden el continuismo de manera disfrazada, pero otros creemos que no todo está perdido y que la izquierda es otra cosa.
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