El grito de los gobernantes
Marco Rascón
No nos engañan: Woody Allen filmó en el aeropuerto de la ciudad de México y en Iztapalapa. Juanito se larga con un puesto perteneciente a la clase política y todos lo persiguen para que devuelva su palabra (3 mil millones de pesos anuales), y el antiguo fanático de la resistencia civil creativa quiere engañar y ya no ser engañado; desconoce a quien lo creó; argumenta que el pueblo manda, como se lo dijeron una y otra vez; unos lo aconsejan para que entregue el poder y otros lo mal aconsejan para que no. Juanito se cansó de la base.
En el aeropuerto, Jomar –un pastor que pudo ser un rabino según la tradición de las comedias de Woody– secuestra a las otras iglesias el derecho a hacer augurios y lo maldicen, pues consideran que la iglesia oficial es la propietaria de la fe nacional y la única con derecho a secuestrar las creencias divinas desde la conquista de México. Todos se indignan contra el pastor loco que vino a revelarnos que vivimos en el desastre. ¿Por qué en vez de anunciar un terremoto no nos advirtió del terrorismo fiscal?
Pero, más allá de la película que se rueda y nos hace reír, hoy se inician los festejos hacia el bicentenario de la Independencia y, como hace 100 años, el oficialismo apunta a los discursos floridos, la palabra de los poetas, las fiestas y a bañar la obra pública con el recuerdo de la Revolución y la Independencia. No obstante los augurios de que el primero de enero de 2010 se cumplirán todas las profecias sobre la necesidad de un nuevo levantamiento, que, al igual que el que desencadenó la revolución francesa, bastaría con las razones fiscales o de representación por encima de la clase política para justificarlo.
La revolución francesa dio inicio como una revuelta en contra de impuestos para cubrir el déficit presupuestal de la monarquía, que apoyó la independencia estadunidense como parte de su guerra contra Inglaterra. Las ideas americanas se le vinieron encima a la decadente monarquía francesa y los estados generales se transformaron en una Asamblea Nacional soberana: nada de esto pasa aquí.
La tragedia de México es que nadie ofrece una salida clara frente al desastre. Las opciones y alternativas están en un vacío que nadie llena, mientras todos pasean la guillotina para acabar con el contrario. Todos saben decir no, pero nadie dice para dónde sí. Es un momento extraño: no existen las derechas, las izquierdas ni los centros, sino la caricatura y la comedia. El país es un enorme atole con el dedo.
A un año de nuestro bicentenario y centenario repunta el virus A/H1N1, y el discurso de la escasez de agua se viene abajo ante las inundaciones, y si hace unos días los ciudadanos cerraban calles para pedir agua, ahora demandan bomberos para sacarla e indemnizaciones por las pérdidas. La clase política mexicana hoy, al igual que la nobleza de ayer, es incapaz de ofrecer un mínimo de orden y, por tanto, los poderes federales, estatales, municipales, legislativos y judiciales, y los partidos guerrean entre sí para acusarse de todo y no responsabilizarse de nada.
Luego de 15 años de haber entrado en la modernidad, hemos llegado al desastre y quienes nos la prometieron, como Carlos Salinas, ahora regresan, teniendo como fuerza el fracaso nacional; el viejo régimen reaparece envuelto en las guirnaldas de la victoria, ratificando que el antiguo absolutismo tricolor es la única patria posible.
Los intelectuales buscan un salvador para guiarse y, renunciando a la crítica, intentan salvarse ellos, ya que son tan responsables de lo ocurrido como los políticos actuales. Se espera el estallido redentor, pero nadie quiere perder el subsidio, la beca o la despensa que tiene. La crisis no parece hacernos arriesgados ni reformadores, sino conservadores de lo que nos queda. Buena parte del país es prófuga de los bancos que persiguen tarjetahabientes; las cárceles están llenas y proyectan construir más. Debatimos y luchamos por lo que ya nos gastamos, no por lo que deberíamos construir.
Gritar en estas fechas es una tradición gobernante: lo hacen para convocarnos a la libertad, la justicia, la democracia y la independencia; pero todos sabemos que son mentirotas, pues hoy esos valores son los más escasos en el país que tenemos. Los balcones oficiales dan miedo y risa. Las plazas están amenazadas por el terror sin rostro. Los mexicanos estamos inmersos en una guerra por la disputa entre las disyuntivas reales de un narco-Estado derivado del gran negocio que impone la ilegalidad y la fuerza del mercado en el norte; estamos entre una actividad paraestatal y monopólica, o una de microempresarios dedicados al narcomenudeo como decía La Tuta.
Lo único organizado en el país es el crimen en todo caso. La política no, la economía tampoco ni las fiestas del bicentenario ni el centenario. Nada.
Somos un país pobre que carece hasta de la dignidad para reconocerlo. Creíamos que bastaba con tener petróleo, pero ahora, como herederos en bancarrota, somos miserables al no reconocerlo. El país está en regresión… Y festejamos.
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Según pasan los años
Nos hemos acostumbrado a no llamar a las cosas por sus nombres. Preferimos el eufemismo antes que la denominación correcta. Decimos “negociado” cuando debiéramos decir “robo” y “estafa”. Decimos “faltó a la verdad” cuando lo correcto sería decir “mintió”. Y preferimos hablar de “edad avanzada” o “tercera edad” cuando realmente tendríamos que hablar de “ancianidad” o “vejez”.
¿Por qué ese temor a la palabra “vejez”? ¿Por qué el ocultamiento de la edad se estima como una manifestación de coquetería? ¿Cuál es la razón del miedo a las arrugas, las canas o la calvicie? Somos una sociedad que le teme a la vejez.
El ideal de nuestro mundo es el hombre joven de músculos firmes, atlético y vigoroso. Todos los medios difunden esa imagen y toda la sociedad parece convencida de su pertinencia. Pero, sin darnos cuenta, estamos haciendo una regresión histórica y volvemos a las concepciones paganas - griegas y romanas - en que el hombre era fundamentalmente cuerpo y el ideal era el dios Apolo.
Cuando las empresas necesitan emplear buscan jóvenes de menos de 30 años, a los que, absurdamente, se les pide “experiencia”. Contra esta corriente ni siquiera las estadísticas, a las que somos tan afectos, han podido hacer nada. Es en vano que demuestren que un hombre mayor de 40 o 50 años es más cumplidor en su trabajo, falta menos, toma menos vacaciones, rinde en forma pareja, etc. Todo esto parece no tener importancia en una sociedad que ve con temor todo lo que signifique vejez.
El sabio Salomón decía hace tres mil años: “La hermosura de los ancianos es su vejez”. Seguramente la sentencia es incomprensible para hombres y mujeres del presente que intentan continuamente borrar todas las marcas del paso de los años en su cuerpo, aún a costa de lucir esas ridículas máscaras de pómulos como pelotas de tenis y ojos con la expresión de “yo no fui”, que suelen proporcionarles los cirujanos plásticos.
En el pasado el anciano era el que acumulaba la sabiduría y se constituía por derecho propio, en el consejero natural de cada comunidad. El anciano era la memoria colectiva decantada por la serenidad que otorgaba el tiempo vivido. Por eso las nuevas generaciones encontraban en ellos respuestas a los problemas de la vida.
El mundo presente ha privilegiado el mercado, la competencia y la productividad. Se busca el conocimiento, pero se desdeña la sabiduría.
Volvimos a dar vigencia a una despiadada sentencia de Cicerón que calificó a los ancianos como “superfluos”, justificando su desatino con el argumento de que consumían sin producir.
La ética judeo cristiana nos rescató de esa insensata forma de pensar, para hacer que en occidente se valorizara y respetara al anciano. Hoy, en este proceso de desacralización de todas las cosas, volvemos a reflotar los conceptos decadentes que habíamos desechado. Cuando vemos la forma en que se trata a los ancianos, las magras pensiones con que se los quiere sostener, la postergación constante de sus derechos, etc.- no podemos menos que espantarnos ante una sociedad enferma de canibalismo.
Todos, quién esto escribe y usted estimado lector, vamos inexorablemente hacia la vejez. Todos estamos, como decía Heráclito de Efeso, colocados en la corriente del río del tiempo. No solo ocupamos un lugar en el espacio, sino que nos deslizamos por esa otra dimensión inasible que contabilizamos con relojes y calendarios, pero que no podemos dominar.
En el pasado, con un sentido trascendente de la existencia, se miraba a la vejez como una etapa de realización plena. Hoy, frivolizados y empobrecidos por la óptica humanista, carentes de sensibilidad espiritual, sumidos en una visión intrascendente de la existencia, la vejez ha pasado a ser la antesala de la nada. Por eso asusta y se pretende conjurar de cualquier forma.
¿No sería más sensato recapacitar acerca del sentido que tiene la existencia y entender al hombre como un ser espiritual y trascendente? En ese rumbo encontraríamos la respuesta a un problema que ninguno puede sentir como ajeno.
Salvador Dellutri
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Más de 40 mil japoneses tienen 100 años o más
Japón tiene la población que más rápido envejece en el mundo
TOKIO.- Más de 40 mil japoneses tienen100 años o más, un 10 por ciento más que el año pasado, señaló un sondeo gubernamental, un recordatorio de los problemas que afronta una economía que tiene la población que más rápido envejece en el mundo.
De los 40 mil 399 centenarios, un 87 por ciento son mujeres, dijo el Ministerio de Salud y Bienestar. Una población anciana que también se prevé que se contraiga es uno de los principales desafíos que encara el nuevo primer ministro, Yukio Hatoyama, y su Partido Democrático, elegido por mayoría el mes pasado.
Una fuerza de trabajo más pequeña tendrá que soportar el peso de las pensiones y las necesidades de salud. Apenas tres personas en edad laboral sustentan ahora a cada anciano, pero en 50 años esa proporción se acercará más a uno a uno.
Los demócratas de Hatoyama han prometido normalizar el sistema de pensiones con un mínimo de 70 mil yenes (unos 765 dólares) al mes para aquellos con bajos ingresos o que carezcan de suficientes contribuciones para calificar a una pensión.
El número de japonesas centenarios sitúa al país en segunda posición mundial tras Estados Unidos, que ahora tiene más de 96 mil, según la oficina estadística estadounidense. Pero la población estadounidense es más del doble que la de Japón.
Japón tiene la esperanza de vida más alta del mundo, y los expertos la asocian a una dieta saludable, a los servicios sanitarios de calidad y a una tradición de pensionistas activos.
Los datos fueron publicados en vísperas del Día de Respeto de los Ancianos, una fiesta nacional que se celebra el 21 de septiembre.
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