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Monday, October 13, 2008

Noviembre 1 y 2, dia de los muertos, participa envianos tus relatos y calaveritas..!

El Viaje


DON GENARO regresó a eso del mediodía y, siguiendo la sugerencia de don Juan, los tres fuimos en coche a la cordillera donde yo estuve el día anterior. Ca­minamos por el mismo sendero que seguí, pero en vez de detenernos en la meseta alta, como yo había hecho, continuamos ascendiendo hasta alcanzar la par­te superior de la cordillera más baja; luego empeza­mos a descender a un valle llano.

Nos detuvimos a descansar en la cima de un cerro alto. Don Genaro eligió el lugar. Automáticamente me senté, como siempre he hecho en compañía de ambos, con don Juan a mi derecha y don Genaro a mi izquierda, formando un triángulo.

El chaparral desértico había adquirido un exqui­sito lustre húmedo. Se veía verde brillante tras una corta lluvia de primavera.

-Genaro te va a contar algo -me dijo don Juan de repente-. Te va a contar la historia de su pri­mer encuentro con su aliado. ¿No es cierto, Genaro?

Había un matiz de ruego en la voz de don Juan. Don Genaro me miró y contrajo los labios hasta que su boca parecía un agujero redondo. Dobló la len­gua contra el paladar y empezó a abrir y cerrar la boca como si tuviera espasmos.

Don Juan lo miró y rió con fuerza. Yo no sabía cómo tomar aquello.

-¿Qué está haciendo? -pregunté a don Juan.

-¡Es una gallina! -dijo él.

-¿Una gallina?

-Mira, mira su boca. Ése es el culo de la gallina, y está a punto de poner un huevo.

Los espasmos de don Genaro parecieron aumentar. Tenía en los ojos una expresión rara, de locura. Su boca se abrió como si los espasmos dilataran el agu­jero redondo. Produjo con la garganta una especie de graznido, dobló los brazos sobre el pecho con las manos hacia adentro y luego, sin ninguna ceremonia, escupió.

-¡Carajo! No era un huevo, era un pollo -dijo con expresión preocupada.

La postura de su cuerpo y la cara que tenía eran tan ridículas que, no pude menos que reír.

-Ahora que Genaro casi puso un huevo, a lo me­jor te cuenta su primer encuentro con su aliado -in­sistió don Juan.

-A lo mejor -dijo don Genaro, sin interés.

Le supliqué que me lo contara.

Don Genaro se puso de pie, estiró los brazos y la espalda. Sus huesos crujieron. Luego volvió a sen­tarse.

-Era yo joven cuando me enfrenté por primera vez con mi aliado -dijo al fin-. Recuerdo que fue en las primeras horas de la tarde. Yo había estado en el campo desde el amanecer e iba de vuelta a mi casa. De repente, el aliado salió y se interpuso en mi camino. Me había estado esperando detrás de una masa y me invitaba a luchar. Yo iba a salir corriendo, pero me vino la idea de que yo era lo bastante fuerte pare enfrentarme con él. De todos modos tuve miedo. Un escalofrío me subió por la espalda y mi cuello se puso tieso como tabla. A propósito, ésa es siempre la se­ñal de que uno está listo; digo, cuando el cuello se pone duro.

Se abrió la camisa y me enseñó su espalda. Tensó los músculos de su cuello, brazos y espalda. Noté la excelencia de su musculatura. Era como si el recuer­do del encuentro hubiese activado cada músculo en su torso.

-En tal situación -prosiguió-, siempre hay que cerrar la boca.

Se volvió a don Juan y dijo:

-¿No es cierto?

-Si -dijo don Juan calmadamente-. El choque que uno recibe al agarrar a un aliado es tan gran­de que uno podría arrancarse la lengua de una mor­dida o romperse los dientes. El cuerpo debe estar recto y bien plantado, y los pies deben agarrar el suelo.

Don Genaro se levantó y me enseñó la posición co­rrecta: el cuerpo ligeramente doblado en las rodillas, los brazos colgando a los lados con los dedos curva­dos suavemente. Permaneció en esa postura un ins­tante, y cuando creí que se sentaría, se lanzó de sú­bito hacia adelante en un salto estupendo, como si tuviera resortes en los talones. Su movimiento fue tan repentino que caí de espaldas; pero al caer tuve la clara impresión de que don Genaro había agarra­do a un hombre, o algo con forma de hombre.

Volví a sentarme. Don Genaro conservaba aún una tremenda tensión en todo el cuerpo; luego relajó abruptamente los músculos y volvió al lugar donde había estado y tomó asiento.

-Carlos acaba de ver ahorita a tu aliado -obser­vó don Juan casualmente-, pero todavía está muy débil y se cayó.

-¿De veras? -preguntó don Genaro en tono in­genuo, y agrandó las fosas nasales.

Don Juan le aseguró que yo lo había "visto".

Don Genaro volvió a saltar hacia adelante; con tal fuerza que caí de costado. Ejecutó su salto con tan­ta rapidez que no pude saber cómo había alcanzado a ponerse en pie antes de lanzarse al frente.

Ambos rieron con fuerza y luego la risa de don Genaro se convirtió en un aullido indiscernible del de un coyote.

-No creas que tienes que saltar como Genaro para agarrar a tu aliado -dijo don Juan en tono de ad­vertencia-. Genaro salta tan bien porque tiene su aliado que lo ayuda. Todo lo que tienes que hacer es plantarte con firmeza para soportar el impacto. Tienes que pararte como estaba Genaro antes de sal­tar; luego te avientas y agarras al aliado.

-Primero tiene que besar su escapulario -inter­vino don Genaro.

Don Juan, con severidad fingida, dijo que yo no llevaba escapularios.

-¿Y sus cuadernos? -insistió don. Genaro-. Tie­ne que hacer algo con sus cuadernos: ponerlos en al­guna parte antes de brincar, o a lo mejor los usa para pegarle al aliado.

-¡Carajo! -dijo don Juan con sorpresa aparen­temente genuina-. Nunca se me había ocurrido. Apuesto que será la primera vez que alguien derriba a un aliado a cuadernazos.

Cuando la risa de don Juan y el aullido coyotesco de don Genaro amainaron, todos estábamos de muy buen humor.

-¿Qué pasó cuando agarró usted a su aliado, don Genaro? -pregunté.

-Fue una gran sacudida -dijo don Genaro tras un titubeo momentáneo. Parecía haber estado orde­nando sus pensamientos.

-Nunca imaginé que sería así -prosiguió-. Fue algo, algo, algo... como nada que pueda yo decir. Después que lo agarré, empezamos a dar vueltas. El aliado me hizo dar vueltas, pero yo no lo solté. Gira­mos por el aire tan rápido y tan fuerte que yo ya no veía nada. Todo era como una nube. Dimos vueltas, y vueltas, y más vueltas. De repente sentí que estaba parado otra vez en el suelo. Me miré. El aliado no me había matado. Estaba yo entero. ¡Era yo mismo! Supe entonces que había triunfado. Por fin tenía un aliado. Me puse a saltar de alegría. ¡Qué sensación! ¡Qué sensación aquélla!

"Luego miré alrededor para averiguar dónde esta­ba. No conocía por ahí. Pensé que el aliado debía haberme llevado por los aires para tirarme en algún sitio, muy lejos del lugar donde empezamos a dar vueltas. Me orienté. Pensaba que mi casa debía que­dar hacia el este, así que empecé a caminar en esa dirección. Todavía era temprano. El encuentro con el aliado no llevó mucho tiempo. Al rato encontré un caminito, y entonces vi un grupo de hombres y mujeres que venían hacia mí. Eran indios. Me pa­recieron mazatecos. Me rodearon y preguntaron a dónde iba.

"-Voy a mi casa, en Ixtlán -les dije.

"-¿Andas perdido? -preguntó alguien.

"-Sí -dije-. ¿Por qué?

"-Porque Ixtlán no queda para allá. Ixtlán está para el otro lado. Nosotros vamos allí -dijo otro.

"-¡Vente con nosotros! -dijeron todos-. ¡Tene­mos comida!"

Don Genaro dejó de hablar y me miró como si es­perara una pregunta.

-Bueno, ¿qué pasó? -pregunté-. ¿Se fue usted con ellos?

-No -dijo-. Porque no eran reales. Lo supe de inmediato, apenas se me acercaron. Había en sus voces, en su amabilidad algo que los delataba, sobre todo cuando me pedían ir con ellos. Eché a correr. Me llamaron y me rogaron que volviera. Las súpli­cas me perseguían, pero yo seguí corriendo.

¿Quiénes eran? -pregunté.

-Personas -repuso don Genaro, cortante-. Sólo que no eran reales.

-Eran como apariciones -explicó don Juan-. Como fantasmas.

-Después de caminar un rato -prosiguió don Genaro-, cobré más confianza. Supe que Ixtlán que­daba en la dirección que yo llevaba. Y entonces vi dos hombres que venían hacia mí por el camino. También parecían mazatecos. Tenían un burro car­gado de leña. Pasaron junto a mí y murmuraron:

"-Buenas tardes.

"-¡Buenas tardes! -dije y seguí de frente. No me hicieron caso y continuaron su camino. Disminuí el paso, y como si tal cosa me volví a mirarlos. Ellos se alejaban sin preocuparse por mí. Parecían reales. Corrí tras ellos gritando:

"-¡Esperen, esperen!"

"Detuvieron al burro y se pararon uno a cada lado del animal, como protegiendo la carga.

"-Estoy perdido en estas montañas -les dije-. ¿Para dónde queda Ixtlán?

"Señalaron en la dirección en que iban.

"-Está usted muy lejos -me dijo uno-. Queda al otro lado de esas montañas. Tardará usted cuatro o cinco días en llegar.

"Luego dieron la vuelta y siguieron andando. Sentí que eran indios de verdad y les rogué que me dejaran ir con ellos.

"Caminamos juntos un rato, y luego uno de ellos sacó su bastimento y me ofreció de comer. Yo me quedé quieto. Había algo muy extraño en la forma en que me ofrecía su comida. Mi cuerpo se asustó, de modo que me eché para atrás y corrí. Los dos me dijeron que moriría en las montañas si no iba con ellos, y trataron de convencerme para que volviera. También sus ruegos eran muy extraños, pero yo corrí de ellos con toda mi fuerza.

"Seguí andando. Supe entonces que iba bien para Ixtlán y que esos fantasmas trataban de apartarme de mi camino.

"Encontré otros ocho; deben haber conocido que mi decisión era inflexible. Se pararon junto al cami­no y me miraban con ojos implorantes. La mayoría no dijo una sola palabra, pero las mujeres eran más audaces y me rogaban. Algunas me enseñaban comi­da y otras cosas que se suponía estaban vendiendo, como inocentes vendedoras al lado del camino. No me detuve ni las miré.

"Ya era muy de tarde cuando llegué a un valle que me pareció reconocer. Algo tenía de familiar. Pensé que había estado antes allí, pero en tal caso me halla­ba en realidad al sur de Ixtlán. Empecé a buscar puntos de referencia para orientarme debidamente y corregir mi ruta, cuando vi a un niño indio que cui­daba unas cabras. Tenía unos siete años y vestía como yo había vestido a su edad. De hecho, me recordaba a mí mismo, cuando pastoreaba las dos cabras de mi padre.

"Lo observé un tiempo; el niño hablaba solo, igual que yo entonces, y hablaba con sus cabras. Por lo que yo sabía de cuidar cabras, el muchacho era de ve­ras bueno para eso. Era cabal y cuidadoso. No mi­maba a sus cabras, pero tampoco era cruel con ellas.

"Decidí llamarlo. Cuando le hablé en voz alta, se paró de un salto y corrió a un repecho y me espió escondido detrás de unas rocas. Parecía dispuesto a correr por su vida. Me cayó bien. Parecía tener miedo, y sin embargo halló tiempo para pastorear las cabras y quitarlas de mi vista.

"Le hablé mucho rato; dije que andaba perdido y que no sabía el camino a Ixtlán. Pregunté el nom­bre del sitio donde estábamos y él dijo que era el sitio que yo pensaba. Eso me hizo muy dichoso. Me di cuenta de que ya no andaba perdido y pensé en el poder que mi aliado debía tener para transportar todo mi cuerpo en menos de un parpadeo.

"Di las gracias al niño y eché a caminar. Él salió como si tal cosa de su escondite y pastoreó sus cabras hacia una vereda que apenas se notaba. La vereda parecía bajar al valle. Llamé al niño y no corrió. Caminé hacia él y, cuando me acerqué demasiado, saltó al matorral. Lo felicité por su cautela y empecé a hacerle preguntas.

"-¿Para dónde va esta vereda? -pregunté.

"-Para abajo -dijo él.

"-¿Dónde vives?

"-Allá abajo.

"-¿Hay muchas casas allá abajo?

"-No, nada más una.

"-¿Dónde están las otras casas?

"El niño apuntó para el otro lado del valle, con indiferencia, como hacen los niños de su edad. Luego empezó a bajar la vereda con sus cabras.

"-Espera -le dije-. Estoy muy cansado y tengo mucha hambre. Llévame con tus papás.

"-No tengo papás -dijo el niño, y eso me sacu­dió. No sé por qué, pero su voz me hizo titubear. El niño, notando mis dudas, se paró y volteó hacia mí.

-No hay nadie en mi casa -dijo-. Mi tío se fue y su mujer anda en los campos. Hay bastante comida. Bastante. Ven conmigo.

"Casi me puse triste. El niño era también un fan­tasma. El tono de su voz y su ansiedad lo habían traicionado. Los fantasmas estaban dispuestos a cap­turarme, pero yo no tenía miedo. Seguía aterido por el encuentro con el aliado. Quise enojarme con el aliado o con los fantasmas, pero por alguna razón no pude enojarme como antes, así que dejé de hacer el intento. Luego quise entristecerme, porque el niñito me había caído bien, pero no pude, así que también dejé eso en paz.

"De pronto me di cuenta de que tenía un aliado y nada podían hacerme los fantasmas. Seguí al mu­chacho por la vereda. Otros fantasmas salieron velo­ces y trataron de hacerme caer a los precipicios, pero mi voluntad era más fuerte que ellos. Deben haberlo sentido, porque dejaron de molestar. Después de un rato, nada más se quedaban parados junto a mi camino; de vez en cuando algunos me saltaban encima, pero yo los detenía con mi voluntad. Y luego dejaron de molestarme en absoluto."

Don Genaro calló largo rato.

Don Juan me miró.

-¿Qué ocurrió después de eso, don Genaro? -pre­gunté.

-Seguí caminando -respondió sin énfasis.

Al parecer, había terminado su relato y no había nada que deseara añadir.

Le pregunté por qué el hecho de que le ofrecieran comida era indicativo de su condición de fantasmas.

No contestó. Inquirí más a fondo y quise saber si, entre los mazatecos, era costumbre negar la comida, o preocuparse mucho por asuntos alimenticios.

Dijo que el tono de las voces, la ansiedad por lle­várselo consigo, y la manera en que los fantasmas hablaban de comida, eran las indicaciones; y que él supo eso porque su aliado lo ayudaba. Afirmó que, por sí solo, jamás habría notado esas peculiaridades.

-¿Eran aliados esos fantasmas, don Genaro? -pre­gunté.

-No. Eran gente.

-¿Gente? Pero usted dijo que eran fantasmas.

-Dije que ya no eran reales. Después de mi en­cuentro con el aliado, ya nada fue real.

Guardamos silencio un rato largo.

-¿Cuál fue el resultado final de aquella experien­cia, don Genaro? -pregunté.

-¿Resultado final?

-Digo, ¿cuándo y cómo llegó usted por fin a Ixtlán?

Ambos echaron a reír al mismo tiempo.

-Conque ése es para ti el resultado final -co­mentó don Juan-. Digamos entonces que no hubo ningún resultado final en el viaje de Genaro. Nunca habrá ningún resultado final. ¡Genaro va todavía camino a Ixtlán!

Don Genaro me miró con ojos penetrantes y luego volvió la cabeza para observar la distancia, hacia el sur.

-Nunca llegaré a Ixtlán -dijo.

Su voz era firme pero suave, casi un murmullo.

-Pero en mis sentimientos . . . en mis sentimientos pienso a veces que estoy a un solo paso de llegar. Pero nunca llegaré. En mi viaje, ni siquiera encuen­tro los sitios que conocía. Nada es ya lo mismo.

Don Juan y don Genaro se miraron. Había algo muy triste en sus ojos.

-En mi viaje a Ixtlán sólo encuentro viajeros fantasmas -dijo suavemente don Genaro.

No entendí a qué se refería. Miré a don Juan.

-Todos aquellos con los que Genaro se encuentra en su camino a Ixtlán son nada más seres efímeros -explicó don Juan-. Tú, por ejemplo. Eres un fantasma. Tus sentimientos y tu ansiedad son los de la gente. Por eso dice que sólo se encuentra viajeros fantasmas en su viaje a Ixtlán.

De pronto me di cuenta de que el viaje de don Genaro era una metáfora.

-Entonces, su viaje a Ixtlán no es real -dije.

-¡Es real! -repuso don Genaro-. Los viajeros no son reales.

Señaló a don Juan con un movimiento de cabeza y dijo enfáticamente:

-Éste es el único que es real. El mundo es real sólo cuando estoy con éste.

Don Juan sonrió.

-Genaro te contaba su historia -dijo- porque ayer paraste el mundo, y él piensa que también viste, pero eres tan tonto que tú mismo no lo sabes. Yo le digo que eres un ser muy raro, y que tarde o tempra­no verás. De cualquier modo, en tu próximo encuen­tro con el aliado, si acaso llega, tendrás que luchar con él y domarlo. Si sobrevives al choque, de lo cual estoy seguro, pues eres fuerte y has estado viviendo como guerrero, te encontrarás vivo en una tierra des­conocida. Entonces, como es natural para todos no­sotros, lo primero que querrás hacer es volver a Los Ángeles. Pero no hay modo de volver a Los Ángeles. Lo que dejaste allí está perdido para siempre. Para entonces, claro, serás brujo, pero eso no ayuda; en un momento así, lo importante para todos nosotros es el hecho de que todo cuanto amamos, odiamos, o desea­mos ha quedado atrás. Pero los sentimientos del hombre no mueren ni cambian, y el brujo inicia su camino a casa sabiendo que nunca llegará, sabiendo que, ningún poder sobre la tierra, así sea su misma muerte, lo conducirá al sitio, las cosas, la gente que amaba. Eso es lo que Genaro te dijo.

La explicación de don Juan fue como un cataliza­dor; el pleno impacto de la historia de don Genaro me golpeó súbitamente cuando empecé a relacionar el relato con mi propia vida.

-¿Y las personas que yo quiero? -pregunté a don Juan-. ¿Qué les va a pasar?

-Todas se quedarán atrás -dijo.

-¿Pero no hay manera de recuperarlas? ¿Podría yo rescatarlas y llevarlas conmigo?

-No. Tu aliado te llevará, a ti solo, a mundos desconocidos.

-Pero yo podré volver a Los Ángeles, ¿no? Podría tomar el autobús o un avión e ir allí. Los Ángeles seguirá allí, ¿no?

-Seguro -dijo don Juan, riendo-. Y también Manteca y Temecula y Tucson.

-Y Tecate -añadió don Genaro con gran se­riedad.

-Y Piedras Negras y Tranquitas -dijo don Juan, sonriendo.

Don Genaro agregó más nombres y lo mismo hizo don Juan; ambos se dedicaron a enumerar una serie de hilarantes e increíbles nombres de ciudades y pueblos.

-Dar vueltas con tu aliado cambiará tu idea del mundo -dijo don Juan-. Esa idea es todo, y cuan­do cambia, el mundo mismo cambia.

Me recordó que una vez le había leído un poema y quiso que se lo recitara. Citó unas cuantas palabras y me acordé de haberle leído unos poemas de Juan Ramón Jiménez. El que tenía en mente se titulaba "El viaje definitivo". Lo recité:



...Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;

y se quedará mi huerto, con su verde árbol,

y con su pozo blanco.

Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;

y tocarán, como esta tarde están tocando,

las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;

y el pueblo se hará nuevo cada año;

y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,

mi espíritu errará, nostálgico...



-Ése es el sentimiento de que habla Genaro -dijo don Juan-. Para ser brujo, hay que ser apasionado. Un hombre apasionado tiene posesiones en la tierra y cosas que le son queridas, aunque sea nada .más que el camino por donde anda.

"Lo que Genaro te dijo en su historia es precisa­mente eso. Genaro dejó su pasión en Ixtlán: su casa, su gente, todas las cosas que le importaban. Y ahora vaga al acaso por aquí y allá cargado de sus senti­mientos; y a veces, como dice, está a punto de llegar a Ixtlán. Todos nosotros tenemos eso en común. Pa­ra Genaro es Ixtlán; para ti será Los Ángeles; para mi...

No quise que don Juan me hablara de sí mismo. Hizo una pausa como si hubiera leído mi pensa­miento.

Genaro suspiró y parafraseó los primeros versos del poema.

-Me fui. Y se quedaron los pájaros, cantando.

Durante un instante sentí que una oleada de zozo­bra y soledad indescriptible nos envolvía a los tres. Miré a don Genaro y supe que, siendo un hombre apasionado, debió haber tenido tantos lazos del cora­zón, tantas cosas que le importaban y que sin em­bargo dejó atrás. Tuve la clara sensación de que en ese momento la fuerza de su recuerdo iba a preci­pitarse en talud, y que don Genaro estaba al filo del llanto.

Aparté con premura los ojos. La pasión de don Genaro, su soledad suprema, me hacían llorar.

Miré a don Juan. Él me observaba.

-Sólo como guerrero se puede sobrevivir en el ca­mino del conocimiento -dijo-. Porque el arte del guerrero es equilibrar el terror de ser hombre con el prodigio de ser hombre.

Contemplé a los dos, uno por uno. Sus ojos eran claros y apacibles. Habían invocado una oleada de nostalgia avasalladora y, cuando parecían a punto de estallar en apasionadas lágrimas, contuvieron la ma­rea. Creo que, por un instante, vi. Vi la soledad humana como una ola gigantesca congelada frente a mí, detenida por el muro invisible de una metáfora.

Mi tristeza era tanta que me sentí eufórico. Abracé a los dos.

Don Genaro sonrió y se puso en pie. Don Juan también se levantó, y colocó suavemente la mano en mi hombro.

-Vamos a dejarte aquí -dijo-. Haz lo que te parezca correcto. El aliado te estará esperando al borde de aquel llano.


Señaló un valle oscuro en la distancia.


-Si todavía no sientes que sea tu hora, no vayas a la cita -prosiguió-. Nada se gana forzando las cosas. Si quieres sobrevivir, debes ser claro como el cristal y estar mortalmente seguro de ti mismo.Don Juan se alejó sin mirarme, pero don Genaro se volvió un par de veces y, con un guiño y un movi­miento de cabeza, me instó a avanzar. Los miré hasta que desaparecieron en la distancia y luego fui a mi coche y me marché. Sabía que aún no había llegado mi hora.


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Envianos tus calaveritas:



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La Sociedad Mexicana de Arqueología e Historia Militar a través del Claustro de Historia y la División de Humanidades de la FES Acatlán UNAM invita al público en general al:


I Coloquio sobre la Guerra en el México Antiguo.



El evento tendrá lugar en:
Universidad Nacional Autónoma de México - FES Acatlán
Av. Alcanfores y San Juan Totoltepec s/n,
Col. Santa Cruz Acatlán, CP 53150
Naucalpan de Juárez, Estado de México
56231688


Metro más cercano: Toreo-Cuatro Caminos, y tomar un transporte directo a la universidad.
Más informes en: http://www.acatlan.unam.mx/campus/91/


Comité Organizador:
Arqlgo. Marco A. Cervera Obregón
Hist. José García Gavito
Hist. Pilar Barroso Acosta



Todo el evento se desarrollará en el Auditorio 901 del Edifico 9.



Programa:





Lunes 3 de Noviembre



Inauguración (9:30 hrs.)



Conferencia Inagural: La guerra entre los mayas: una visión historiográfica

Ponente: Hist. José García Gavito

FES- Acatlán, UNAM

(10:00-12:00 hrs.)



Conferencia Inagural: La guerra en el mundo mexica, estado general de la cuestión

Ponente: Arqlgo. Marco A Cervera Obregón

ENAH/ FES- Acatlán, UNAM

(12:00-14:00 hrs.)





Mesa 1, Guerra y sociedad

Moderador: Pilar Barroso Acosta

(16:00-18:00 hrs.)



La presencia de la mujer en la guerra, un acercamiento a través de las fuentes documentales, las representaciones pictográficas y escultóricas

Tomás Pérez Reyes, CIESAS



Derecho de guerra y sociedad en Mesoamérica

Carlos Brokmann, CENADEH-CNDH



Las imágenes y las frases bélicas en los códices de Huamantla y Huichapan

Elsa Esmeralda García Ávila, FES-Acatlán, UNAM



Seis mono: una princesa guerrera en la Mixteca Alta

Jorge Antonio Miguel López, Proyecto Tula, INAH.



El altépetl en guerra: conflictos entre grupos étnicos

Rafael III Labarén Galeana, ENAH









Martes 4 de Noviembre



Mesa 2, La guerra entre los mayas

Moderador: José García Gavito

(10:00-12:00 hrs.)



De hachas, varas, bastones y rayos. Armas y símbolos en las guerras de los Altos de Guatemala en el Posclásico Tardío

José Enrique Delgado López, FFL, UNAM.



Aproximaciones breves sobre la guerra maya durante el Posclásico Tardío en las Tierras Bajas del Norte y las Tierras Altas de Guatemala

Eduardo Tejeda Monroy, ENAH.



U nojoch p´ul u boox kéej. O la gran cacería del venado negro. ¿Guerra u ofrenda sacrifical entre los antiguos mayas?

José Manuel A Chávez Gómez, DEH-INAH



Propaganda y ritual: aspectos epigráficos de la guerra entre los mayas

Juan José de la Cruz Arana, FES- Acatlán, UNAM





Mesa 3, Poliorcética, Fortificaciones y campos de batalla

Moderador: José García Gavito

(12:00-14:00 hrs.)



Los rituales militares en el sitio de Cacaxtla-Xochitécatl-Nativitas

Mari Carmen Serra Puche y Carlos Lascano Arce, IIA, UNAM



Sobre la poliorcética en el México antiguo, análisis táctico de fortificaciones: planteamiento teórico- metodológico para su estudio.

Marco A Cervera Obregón, ENAH/FES-Acatlán, UNAM



Arqueología del Conflicto, estudio del Peñón de Nochistlán.

Angélica Medrano, UAZ, Luis Barba Pingaron, Agustin Ortiz, Jorge Blancas, UNAM



Entre barracas y murallas: elementos de fortificación en El Ameyal, un sitio del Posclásico mesoamericano en el centro de Veracruz

Verónica Bravo Almazán, FFL, UNAM

Luis Alberto Díaz Flores, IIA, UNAM

Sabrina García Castillo, ENAH







Miércoles 5 de Noviembre



Mesa 4, La guerra entre los mexicas I

Moderador: Marco Cervera Obregón

(10:00-12:00 hrs.)



La conquista de la Huaxteca por la Triple Alianza

Lorenzo Ochoa, IIA, UNAM



Imagen de un dios guerrero en un botellón polícromo

Carmen Aguilera, BNAH-INAH..





Guerra de dioses, guerra de hombres

Julio César Morán, FES- Acatlán, UNAM



La guerra en Michoacán, los purépechas

Héctor Alonso Vega Rodríguez, FES Acatlán, UNAM





Mesa 5, La guerra entre los mexicas II

Moderador: Marco Cervera Obregón

(12:00-14:00 hrs.)



Guerra y comercio en el Imperio Azteca o Política económica y estrategia militar. La guerra de Tepeaca

Isabel Bueno Bravo, Universidad Complutense de Madrid, España





Del porque y del cómo se hace una guerra: la campaña de re-conquista de Tochtepec (1473 d.C.); un ejemplo de caso sobre el expansionismo militar mexica

Jaime Ramírez Ramos, UAM-Iztapalapa.



Visión de la guerra a través de las ilustraciones de la Relación de Michoacán

Carlos Adolfo García Solís.



De la guerra en “la retórica y filosofía moral y teología de la gente mexicana”

Ivone Celeste Martínez Abarca, FES Acatlán, UNAM.







Jueves 6 de Noviembre



Mesa 6, La conquista I

Moderador: Julio César Morán Álvarez

(10:00-12:00 hrs.)



El efecto mariposa en la guerra de conquista de Tenochtitlan

Eberth Enriquez Sánchez, FES- Acatlán, UNAM



El arte militar en la España de los siglos XV-XVI y su influencia en la conquista de México

Guadalupe de la Fuente.



El papel del armamento ofensivo-defensivo mesoamericano en la matanza de Cholula

Hugo Samuel Valderrábano Onofre, FES-Acatlán, UNAM







Mesa 7, La conquista II

Moderador: Ezequiel Alberto Colmenero Acevedo

(12:00-14:00 hrs.)



El miedo al sacrificio humano a través del discurso de Bernal Díaz del Castillo

Carmina de la Paz García Cruz, FFL, UNAM



Escenas de la conquista de México en los libros de historia patria del porfiriato

Arturo Miguel Ramos, ENP y FFL, UNAM



La guerra de conquista contra los indígenas, según Bernardo de Vargas Machuca

Benjamín Flores Hernández, UAA









Viernes 7 de Noviembre



Mesa 8, Tácticas y armamento

Moderador: José García Gavito

(10:00-12:00 hrs.)



Guerra conquista y tácticas de combate entre los antiguos purépechas

Roberto Martínez e Iván Valdez, IIH, UNAM



Conflicto y guerra en el antiguo Occidente de México

Juan José G. Bracamontes, ENAH



La lanza en Mesoamérica

Marco A Cervera Obregón, ENAH/FES-Acatlán, UNAM



Pedernal y magia: una aproximación a las prácticas mágicas durante la guerra mexica

Mario Adrián Brito Sánchez, FES-Acatlán, UNAM.





Mesa 9, Guerra y arte

Moderador: Hugo Samuel Valderrábano Onofre

(12:00-14:00 hrs.)



La guerra en el México antiguo: La cultura chalchihuites

Arnulfo Rodríguez López, FES- Acatlán, UNAM.



Iconografía de la guerra en Tula,

Marco Antonio Duarte Aburto, FES-Acatlán, UNAM.



Dos emblemas de guerra en Teotihuacan

Francisco Rivas, DEA, INAH



Los artesanos en la logística de la guerra en el México antiguo

Akira Gustavo Casillas, FFL, UNAM



La historia recreada: episodios de guerra en la pintura histórica mexicana a finales del siglo XIX

María Concepción Márquez Sandoval, Universidad de Guanajuato



Clausura

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