Por Ricardo Aleman / fuente: El Universal
¿De quién es la mano que mece la cuna?
Si usamos el mismo método científico-adivinatorio —la ciencia de los adivinos— que empleó la revista Forbes para colocar a Joaquín Guzmán como uno de los “ricos” mexicanos, entonces podremos concluir que El Chapo está muerto de la risa en algún lugar del mundo. ¡Ciencia pura!
Y es que nadie en su sano juicio, con un gramo de sensatez, puede dar el menor crédito a la poco seria revista Forbes —la carente seriedad de sus ránking no es novedad y viene de origen, y en el caso mexicano parece que gustamos del engaño colectivo—, cuya metodología para pulsar la jerarquía de los más ricos del mundo carece de todo rigor científico.
Pero más allá de que nadie tiene la certeza sobre las fortunas de los “hombres más ricos” —y de que resulta ofensiva la comparación de esas supuestas fortunas con la pobreza que agobia al orbe—, lo cierto es que llevar a El Chapo a la categoría de potentado universal, siendo narcotraficante y prófugo de la justicia, tampoco parece una casualidad.
Como sociedad debemos rechazar —por exagerada— la teoría del complot contra México —como lo quiso deslizar el presidente Calderón—, pero negar la tesis complotista no significa cerrar los ojos a la realidad. Y la realidad es que existen mentes y manos interesadas en la llamada apología del delito, sobre todo del narcotráfico. Y el caso de El Chapo en Forbes no es ocurrencia, casualidad o la puntada de un hacker.
¿Quién está detrás?
Todos saben que Forbes es parte del muy selecto grupo de intereses financieros globales cuyo objetivo es la especulación sin adjetivos. Forbes aparece, sube, baja o desaparece de sus listas —cual mago de circo— a empresas y empresarios de todo el mundo, no con fines de escaparate aspiracional o informativo. No presenta a los ricos del mundo como meros ejemplares de circo: la mujer con tres cabezas, el niño convertido en serpiente, o aquel hombre cuya maldad lo redujo a ratón.
No, exhibe las fortunas y a los afortunados como parte de la carrera especulativa que engordará fortunas, por un lado, y por el otro adelgazará bolsillos. Por eso las preguntas apuntan a otra dirección: ¿Quién tiene interés y obtiene ganancias al colocar a El Chapo en la lista Forbes? ¿Para qué inventar esa posición de riqueza ofensiva para un criminal que envenena con droga, lava dinero, evade impuestos?
Salvo aquellos que toman las decisiones en Forbes tienen respuesta a las anteriores interrogantes, sólo planteadas y plantadas porque nos parece totalmente carente de ética “el método Forbes”, de la “ciencia adivinatoria” para obtener las respuestas.
Quienes dan un mínimo de crédito a Forbes —de la supuesta información de que la fortuna de El Chapo es de mil millones de dólares— tendrían en sus manos la confirmación de que los sistemas bancario y financiero y las potencias del mundo —Forbes misma— son parte del negocio criminal de las drogas. ¿Quiénes en los sistemas bancario y financiero mundiales, en los gobiernos de México y Estados Unidos, en paraísos fiscales y publicaciones especializadas son cómplices de El Chapo? ¿Lo sabe Forbes?
Calderón y la mecha corta
Podemos especular que en alguna parte del mundo El Chapo está muerto de risa con su nuevo estatus de empresario de primer mundo, pero lo que no es una especulación es que el Presidente mexicano no sólo está furioso, sino “enchilado” por el ránking del narco y por las declaraciones del director de Inteligencia del gobierno de Obama, Dennis Blair, quien dijo que en México existen territorios no controlados por el gobierno mexicano.
¿Por qué se enojó Calderón? ¿Acaso miente Blair?
Se entiende el enojo de Calderón —aunque no se justifique— porque en el ejercicio del poder perder una plaza frente a los adversarios es, para los que saben del tema, señal del inicio de una derrota. El Presidente no puede reconocer la caída de una sola plaza a manos del crimen organizado o el narco —por pequeña que sea esa plaza—, porque sería aceptar el inicio de la derrota definitiva. En rigor, Blair dijo lo que todos los días aparece en la prensa mexicana: que existen territorios donde el gobierno de Calderón no tiene control. Pero el problema es que Blair escupe para arriba, porque el mismo problema de ingobernabilidad se vive en Estados Unidos.
Y es que por cada plaza que el narco gana en México, por cada arma ilegal que cruza la frontera y por cada dólar que se lava en el sistema financiero global, miles o millones de estadounidenses o de ciudadanos del mundo tienen más oferta de droga, y los cárteles mafiosos se consolidan, sea en México, en EU o en cualquier parte del mundo.
Está claro que el problema es compartido y global. Y que el enojo no es bueno para gobernar. Al tiempo.
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Editorial deLa Jornada / 15 de Marzo, 2009
Ayer, durante la primera visita de un mandatario latinoamericano a la Casa Blanca en lo que va del gobierno de Barack Obama, el presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, se presentó ante su colega estadunidense como portavoz de América Latina; habló de la voluntad de los países de la región por construir una nueva relación con Estados Unidos
, y solicitó al político afroestadunidense un acercamiento con los gobiernos de Cuba, Venezuela y Bolivia. Obama, por su parte, manifestó sus deseos de viajar a Brasil y alabó el liderazgo progresista
de ese país en la región.
Además de prefigurar una particular cercanía entre los mandatarios brasileño y estadunidense, la reunión de ayer en la Casa Blanca pone de manifiesto la pérdida de liderazgo de nuestro país como punto de encuentro entre Washington y las naciones al sur del río Bravo, situación que se explica a raíz de las deficiencias en la conducción del país en varios frentes, sobre todo en el diplomático y el económico.
Contrariamente a lo que ha hecho el gobierno brasileño, que goza de buenas relaciones con el conjunto de los regímenes latinoamericanos –orientaciones políticas aparte–, las autoridades mexicanas se han encargado, desde el foxismo, de enrarecer e incluso disolver los vínculos diplomáticos de nuestro país con naciones como Venezuela, Bolivia y Cuba. En el actual ciclo de gobierno, la administración federal ha cometido despropósitos similares a los del sexenio anterior (como el que la cancillería haya recibido al líder secesionista boliviano Óscar Ortiz, en abril del año pasado) y ello ha derivado en un deterioro de la diplomacia mexicana que muestra, en lo que va de esta década, un abandono progresivo de sus tradicionales principios de no intervención y de respeto a las soberanías y a la autodeterminación, y que dejó de ser un referente en el plano internacional.
Asimismo, al identificar como su principal aliado ideológico en la región al gobierno colombiano –con el que comparte, además del signo político, un carácter militarista en materia de políticas de seguridad–, el calderonismo se ha mostrado como un régimen cercano a los sectores más reaccionarios y belicistas de Estados Unidos, y a la idea de la construcción de un corredor de regímenes de derecha de Bogotá a Washington que haga frente a la oleada de gobiernos progresistas que ha cobrado fuerza en el sur y el centro del continente. Tal posición, por lo demás, fue revalidada con la recepción, en plena campaña electoral estadunidense, del ex aspirante republicano John McCain, hecho con el que el gobierno mexicano dio la impresión de estar tomando partido de cara a la contienda por la Casa Blanca.
Por otra parte, la política económica seguida por los últimos gobiernos priístas y los dos primeros del panismo ha hecho de nuestro país uno de los que menos han crecido en la región en años recientes y ha provocado que cientos de miles de mexicanos abandonen el territorio naiconal en busca de oportunidades de subsistencia y desarrollo. Esto último resulta por demás inquietante en la circunstancia actual, cuando la crisis económica ha cobrado a México la factura de tener una economía profundamente dependiente de la de Estados Unidos, y cuando se vuelve urgente reorientar y diversificar los horizontes comerciales de México en la región, sin que parezca haber perspectivas para ello.
En suma, que hoy sea Lula y no Calderón quien pueda presentarse como vocero de América Latina, y que la relación entre los gobiernos de México y Estados Unidos no parezca ir más allá de los problemas que representa tener una frontera común sumamente extensa y conflictiva, son consecuencias de la falta inexcusable de claridad y de dirección en la conducción del país durante los últimos años, y en la medida en que esto no se corrija, difícilmente puede esperarse que nuestra nación recupere su liderazgo.
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