Mientras “chuchos” y AMLO disputan el PRD, Ebrard parece “pelele” El poder de gobierno y gobernante que de izquierda no tiene nada
Después de la Presidencia de la República y del Presidente mismo, el segundo centro de poder más importante en México y el cargo de elección popular que le sigue son, como todos saben, el Gobierno del Distrito Federal y el gobernante que lo preside. Y por lo menos de manera formal, esa rica fuente de poder que es la capital del país está en manos de eso que de manera genérica conocemos como “la izquierda mexicana”. ¿Pero realmente el de la capital del país puede ser identificado como un gobierno de izquierda? ¿Verdaderamente, el gobierno del Distrito Federal está en manos de políticos de izquierda? En el PRD todos saben que la respuesta a esas interrogantes es negativa; ni el gobierno ni el gobernante son de izquierda. ¿Y entonces, por qué se pintan de amarillo lo mismo gobierno que gobernante? ¿Por qué los amarillos toleran esa simulación? Pues sí, en la respuesta a las anteriores preguntas está el centro de la pelea que hoy vive el Partido de la Revolución Democrática, a la sombra de ese paraguas que es la renovación de su dirigencia nacional. Es decir, que cuando el señor Andrés Manuel López Obrador secuestró para sí la candidatura presidencial de julio de 2006, y cuando escrituró para Marcelo Ebrard la jefatura de Gobierno del DF —todo bajo las siglas del PRD y al amparo de la doctrina de izquierda—, en realidad estaba decretando no sólo el mayor fracaso histórico de la izquierda mexicana en su búsqueda del poder en sus dos más importantes fuentes de origen —el presidencial y en el DF—, sino el regreso del viejo PRI bajo las siglas de ese “sancocho priísta” que es el PRD. Curioso, el PRD nació para combatir al PRI. Sin embargo, y por las razones que se quiera —y para ahorrar líquidos biliares a los fanáticos del fraude—, al final de cuentas, el señor López Obrador fue derrotado en las urnas, contra todos los pronósticos, y con ello canceló de manera momentánea el regreso de uno de los más cuestionables sectores del PRI al poder presidencial. Pero en otro inédito, el mismo grupo de priístas maquillados de amarillo logró quedarse con la segunda posición más importante, con el gobierno del DF que, como ya se dijo, fue escriturada por AMLO para Marcelo Ebrard. A la distancia queda claro —por supuesto, para aquellos que quieran verlo—, que AMLO le arrebató al PRD la candidatura presidencial y la de GDF, no porque pretendiera el avance de la izquierda y menos porque se tratara de un demócrata preocupado por las causas populares, sino porque su proyecto era y sigue siendo el de regresar al PRI al poder absoluto. Por eso López Obrador disputó con todo a Jesús Ortega la candidatura al GDF; por eso hizo todo lo posible por dejar ese poder en manos de Marcelo Ebrard. Y sí, por eso hoy hace todo lo posible por quedarse con el “zurrón” del PRD. Ebrard es el problema De esa manera y frente al anterior escenario, todos saben que la pelea real por la dirigencia del PRD es entre Jesús Ortega, en tanto jefe de Los Chuchos, y Andrés Manuel López Obrador, en tanto dueño de un importante sector del partido amarillo, incluido el Gobierno del Distrito Federal. Así, una resultante y pregunta fundamental —y hasta uno de los grandes dilemas que enfrenta el PRD—, es el papel y el destino del actual jefe de Gobierno. ¿Qué hacer con Marcelo Ebrard y con el gran poder que tiene? Esa es la gran pregunta. Pero antes que nada habrá que definir la razón por la que el jefe de Gobierno del DF se ha convertido en un problema para todos en el PRD. Primero debemos estar de acuerdo en que no hay duda de su alianza incondicional y hasta irracional con su jefe, López Obrador. Pero también es cierto que esa alianza de poco o de nada le sirve a Marcelo Ebrard, ya que en la realidad está acotado por sus dizque aliados, empezando por AMLO, pasando por la saliente dirigencia del PRD y, por si hiciera falta, por los grupos que “están de su lado” y con quienes comparte el poder que dimana del GDF; los de René Bejarano, Martí Batres y Armando Quintero. Y si bien, Marcelo Ebrard ha pretendido crear su propia tribu de izquierda en el PRD, sin mucha fortuna —y es que es casi imposible transformar a los priístas en izquierdistas—; si bien ha intentado en más de una ocasión adueñarse de la dirigencia del PRD capitalino —a través de uno de lo suyos, Alejandro Díaz Durán—, nunca se lo han permitido las tribus de Bejarano, Batres y Quintero. El más reciente de esos intentos se produjo cuando Marcelo y Los Chuchos convinieron en impulsar como candidato al PRD del DF nada menos que a Alejandro Díaz Durán, una de las últimas generaciones del salinismo. Todo parecía amarrado, pero los señores Bejarano, Batres y Quintero se percataron de la maniobra, la “socializaron” con el dueño de las decisiones, el señor López Obrador, y repentinamente lanzaron como candidata a la dirigencia del PRD de DF, nada menos que a la señora Alejandra Barrales. De esa manera maniataron a Marcelo Ebrard, quien sin capacidad de maniobra reculó y debió entregar la Secretaría de Turismo —cuota que había entregado Marcelo a Martí Batres a través de Alejandra Barrales—, a su hombre fuerte, Alejandro Díaz Durán. Un premio de consolación Pero no fue todo. Al más viejo estilo del PRI, cuando la señora Barrales salió de la Secretaría de Turismo de DF para buscar la dirigencia del PRD en la capital del país, sus promotores le organizaron desplegados de prensa en los que los industriales del turismo capitalino la felicitan por su gestión. Bueno, el montaje fue de tal desfachatez, que no faltaron los que en la amnesia total se dijeron sorprendidos de manera grata y hasta festejaron esas felicitaciones a la señora Barrales, como si no supieran cómo se gestionan esos apoyos. En realidad se confirma que intelectuales, políticos y periodistas aplauden hoy lo que cuestionaron en su juventud. En un apretado resumen, y a la luz de las evidencias, se puede decir que Marcelo Ebrard no es más que una marioneta de un sector del PRD, sector del que es dueño el señor Andrés Manuel López Obrador. Y en efecto, nadie puede negar que el jefe de Gobierno ha intentado sacudirse la tutela de su jefe —si no es que de su dueño—, al poner en práctica una audaz y exitosa campaña de imagen y promoción mediática para elevar sus niveles de popularidad. Pero también es cierto que la popularidad y la imagen que gana Marcelo Ebrard con eventos como las playas, la pista de patinaje, las ayudas a estudiantes, madres soleteras, viejitos… y hasta con engaños colectivos disfrazados de arte y cultura como el del Museo Nómada, se vienen abajo cuando en los hechos todos comprueban que políticamente el señor Marcelo es incapaz del divorcio político, de sacudirse las imágenes que lo hacen ver como un sometido. ¿A qué gobernado le gusta un gobernante sometido? El cerco de “Los Chuchos” Pero el de sus “aliados” no es el único cerco que enfrenta Marcelo Ebrard. No, también existe el que a los ojos de todos ejercen sus más feroces adversarios; un cerco que acaso sea el más notorio —porque es público—, pero que en la realidad de los bajos fondos de la política parece el menos pernicioso para los intereses del jefe de Gobierno. Y nos referimos, por supuesto, a la relación de Los Chuchos con Marcelo Ebrard. Todos saben que las huestes de Ortega y Zambrano son los más acérrimos enemigos políticos de Marcelo Ebrard. Pero pocos saben que en más de una ocasión, el jefe de Gobierno y la dupla de chuchos han intentado no sólo una relación tersa, sino hasta una conciliación. ¿Por qué y para qué una conciliación? Bueno, primero se debe entender que en el Congreso del DF, en realidad en la Asamblea Legislativa, Los Chuchos tienen el control de la mayoría. Sin el voto de sus leales no se mueve una hoja del trabajo legislativo en el DF. De esa manera, toda iniciativa que envía el jefe de Gobierno, el Presupuesto de Egresos y Ley de Ingresos del DF, entre muchas otras propuestas de carácter legislativo que llegan al Congreso local, deben pasar por la mayoría de legisladores que tiene el grupo de Los Chuchos. Frente a esa realidad, el señor Ebrard no tiene más remedio que “apechugar”; es decir, negociar o pelear. Todo indica que durante el primer año de su gestión, decidió seguir una ruta que a la postre resultó equivocada a todas luces, la de pelear y confrontar a los distintos sectores de Los Chuchos que tienen el control político en el DF. Sin embargo, y para fortuna de su causa, Marcelo Ebrard parece haber llegado a la conclusión de que esa pelea es poco rentable, mientras que en el otro extremo, en el de sus aparentes aliados, tampoco tiene mucho que ganar. Marcelo Ebrard es, como todos saben, el poderoso jefe de Gobierno del Distrito Federal, pero por un lado tiene un jefe o dueño que lo somete en términos políticos y hasta de manera pública; tiene unos aliados que le impiden moverse en el PRD federal y menos en el del DF, y por si fuera poco, está obligado a compartir no sólo el gobierno, sino los poderes político y económico que dimanan de su cargo. ¿Tiene futuro Marcelo? Por eso, no son pocos los que aseguran que el futuro de Marcelo Ebrard no está con el señor López Obrador, sino con los adversarios del tabasqueño, los muy reconocidos Chuchos. ¿Por qué hay quienes dicen que el futuro de Marcelo está con Nueva Izquierda? ¿Se trata de una pelea entre buenos y malos? ¿Los Chuchos son los buenos, y AMLO es el malo? No, en realidad Los Chuchos y López Obrador son sólo políticos, sin más ideología que sus intereses personales y de grupo, y como tales están hechos de la misma madera. La diferencia es, como decía El General Cárdenas, “el modito”. Y no se requiere una bola de cristal, ser adivino y menos iluminado, para entender que Marcelo Ebrard tiene ante sí sólo dos caminos posibles: el de pasar a la historia como el subordinado de AMLO, el que le cuidó el negocio, o un político que piensa, actúa y decide con cabeza propia. Marcelo parece haber decidido ya por el primer camino. ¿Y qué encontrará en ese camino? No se necesita, como ya se dijo, una bola de cristal o ser adivino. Todos saben que López Obrador apoya al señor Alejandro Encinas para la dirigencia del PRD, no por sus luces como hombre de izquierda —las que sin duda llegó a tener cuando Encinas era dueño de sus ideas—, sino porque en el sexenio anterior dio muestras suficientes de que es capaz de olvidar principios y doctrina por la lealtad al jefe y las siempre jugosas ambiciones personales, además del bienestar que dan los puestos públicos. En pocas palabras, el de Alejandro Encinas es el mejor ejemplo de que la congruencia no da poder y menos bienestar, mientras que el sometimiento proporciona poder y da para vivir bien. Otra vez hacer de viejos lo que criticaron de jóvenes. De esa manera, en el supuesto de que el nuevo presidente del PRD sea Alejandro Encinas, aparece la pregunta obligada: ¿Cuál sería el futuro de Marcelo Ebrard? El jefe de Gobierno no pasaría de ser un mero alfil del proyecto de AMLO, que no es otro que alcanzar el poder presidencial y, como ya dijimos, propiciar el regreso de un sector del PRI —bajo las siglas del partido amarillo— a ese poder presidencial. Acaso el señor Ebrard sería algo así como “el proveedor” económico en el contexto de las familias clásicas, pero nunca sería el jefe de grupo, el líder, y menos el dueño de un verdadero proyecto de cambio. ¿Quién sería, en esa misma lógica, el candidato presidencial para 2012 por la llamada izquierda? Por supuesto que no sería Marcelo Ebrard, sino el señor AMLO. ¿Esto quiere decir que Marcelo no quiere ser presidente? Salinas, Camacho, Marcelo Por supuesto que quiere. El problema es que al parecer sigue la misma ruta a la que hizo frente en su momento Manuel Camacho, cuando se decidió la sucesión de Carlos Salinas. ¿A qué nos referimos? En los previos al destape presidencial rumbo a las elecciones de 1994, los dos punteros eran Manuel Camacho y Luis Donaldo Colosio. El primero nunca se destapó de manera abierta para pelear frontalmente por la posibilidad de ser candidato presidencial, en espera de que su amigo y jefe, Carlos Salinas, lo premiara por su lealtad. El segundo, en cambio, sin tener certeza alguna, peleó por una mera posibilidad. El desenlace ya todos lo conocen. Hoy, por lo bajo, casi a escondidas, Marcelo Ebrard hace todo por ser candidato presidencial, pero en público hace todo por aparecer como un “pelele” de AMLO, en espera de que el jefe lo premie por su lealtad, con la esperanza oculta de que el tabasqueño se retire de la contienda presidencial, para dejarle el lugar a Marcelo. ¿Y sabe Marcelo cuándo ocurrirá eso? Si no lo sabe, hay que decirle que nunca. Igual que en las relaciones de pareja mal avenidas, si no se decide por el divorcio en un momento temprano, el daño suele ser definitivo. Y el daño ya empieza a ser evidente. Un ejemplo lo vimos en la pelea que se ha producido a partir del grosero uso de recursos públicos a favor de Alejandro Encinas, que impulsan los señores Bejarano, Batres y Quintero. ¿Quién se beneficia? ¿Y quién paga los platos rotos? El único que paga la factura es Marcelo Ebrard, quien de nueva cuenta aparece como estatua de sal. Y si no quiere ser presidente, por lo menos debía preocuparse por ser el mejor jefe de Gobierno de la historia, pero tampoco. aleman2@prodigy.net.mx |
A dirty, dirty shame...