Atenco: hasta el saludo se perdió Notas de Milenio, lea este articulo en su edicion impresa Dos años después de la irrupción policiaca en este pueblo mexiquense la calma, al parecer, se ha recobrado, aunque continúa el drama económico y social: rechazaron la construcción de un aeropuerto y el campo “ya no da para comer”. En San Salvador Atenco todos tienen memoria. Todos. Luis Sánchez Gutiérrez, presidente suplente del comisariado ejidal, deplora que a raíz de la entrada de la policía hace dos años (3 y 4 de mayo de 2006) hasta el saludo entre los vecinos se perdió. El tejido social quedó roto. El pueblo fue dividido, pero aun así todos llevan fresco en la memoria que la justicia no llegó... y nunca llegará. Lo saben, pero insisten en demandarla. Esa es la certeza de María Antonia Trinidad Ramírez, mejor conocida como doña Trini, dirigente del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT), quien afirma que “el pueblo sigue en resistencia”. Doña Trini es esposa de Ignacio del Valle, uno de los principales dirigentes del FPDT. En aquella madrugada muchas familias fueron sacudidas por persecuciones y detenciones de sus integrantes. Ese es su caso: su esposo, tres sobrinos y dos hijos fueron aprehendidos por las policías locales y federal. De hecho, su hija América del Valle sigue prófuga y para muchos ya pasó a la clandestinidad de la mano del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Atenco es un pueblo de 5 mil habitantes, que se localiza en el oriente del municipio de Texcoco. La normalidad, aparentemente, se ha recobrado aquí. No obstante, Juan Téllez, vendedor de jugos, asegura que “la gente ya no se congrega, aunque está al tanto de lo que sucede”. Según el presidente municipal, de filiación perredista, Saúl Nepaltitla Sales, el pueblo está tranquilo. “El tejido social ya se recuperó”, dice optimista, pero reconoce el drama que se vive en la región desde entonces: “La tierra está improductiva”. De 3 mil 500 hectáreas, menos de la cuarta parte está activa, por lo que ya se buscan alternativas de empleo en la cría de carpas o en el turismo al parque ejidal. Aquí, como en otras partes de México, los niños y jóvenes ya no quieren ser campesinos. Así piensa Juan, de 20 años de edad. Montado en su bicicleta, expone su incertidumbre: “el campo no da para comer”. Eso lo ha visto en su casa también. El mismo encargado del comisariado ejidal corrobora lo dicho por Juan y por el presidente municipal: “Nos faltan recursos para apoyar la producción; éstos llegan tarde o de plano no llegan”. Pero sobre todo se pregunta: “¿quién le compra al campesino a un buen precio para que sea rentable su producto?” Él lo sabe: nadie. “El ejido ha ido desapareciendo; si los jóvenes vuelven al campo es por necesidad, no porque sea rentable”. Por eso muchos se dedican a manejar bicitaxis, tejer hilo de fajas o se van de obreros a alguna parte, menos aquí, porque no hay fuentes de empleo. La otra opción, la peor, es la delincuencia. Pueblo dividido Al comisario le preocupa mucho el asunto del saludo tradicional: todos se conocen, todos se saludan, pero se perdió o “se está perdiendo”. Y es que el pueblo quedó dividido luego del movimiento contra la construcción del aeropuerto alterno al de la Ciudad de México. “Incluso los lazos familiares quedaron dañados”, tercia otra mujer, quien identifica al supuesto culpable. “El gobierno vino a dividirnos”. Por su parte, la regidora del PRI María Isabel Valadez Méndez señala que “la gente del movimiento no es mala: creyeron en un ideal que no pudieron manejar”. La tierra que se defendió es la más árida de la zona, pues se localiza en las inmediaciones del desecado lago de Texcoco. Está abandonada; no es productiva, dice. Conocedora de su municipio, aventura un diagnóstico dramático: “aquí no hay zona industrial, faltan fuentes de empleo, faltan escuelas y el índice de analfabetismo es elevado”. Aunque defiende en alguna medida a los detractores del aeropuerto, está convencida de que “el comercio en esas instalaciones hubiera dado fuentes de empleo”. Se perdió la oportunidad. Para otros esa conclusión no es cierta. Símbolo de la represión El Naco Mayor es un viejo de 86 años. Barbón, sordo, pero con la memoria bien puesta en los hechos de 2006, controla el paso de la comitiva que lleva en un camión una cruz de madera de pino de seis metros de alto por cuatro de ancho, que fue puesta ayer en un cerro cercano. Será el símbolo de la resistencia, de la represión, de los muertos: Alexis Benhumea y Francisco Javier Cortés. Pero la memoria de este hombre está más allá. Dice que recuerda la vida de hace 70 años, cuando la región daba todo para todos: acociles, ranas, ajolotes, peces, huevera de mosco… Todo se comía y todo se vendía. Pero apareció la palabra que todos repiten, el neoliberalismo, que quiere acabar con todo. Doña Trini lo explica así: “no sólo es la afectación que se quiere de nuestra tierra de cultivo, sino de nuestras propias raíces, de nuestra identidad”. Dos años después, la población sigue exigiendo la liberación de 16 hombres y la suspensión de seis órdenes de aprehensión. Hay 70 procesos abiertos y la justicia es lenta, se quejan. Ella misma estuvo ausente de su pueblo siete meses hasta que se le retiró la orden de aprehensión. Después del conflicto, Atenco también ganó cierta fama... negativa. Hay empresas que no contratan a los oriundos porque son “conflictivos”. Por lo pronto, hoy se prevé la visita al pueblo de Flavio Sosa, dirigente de la APPO, y de los familiares de los cuatro estudiantes mexicanos asesinados por las FARC en Ecuador. Francisco Mejía y Heriberto Santos |
Saturday, May 03, 2008
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