Fuente: Milenio
La gente platica en Culiacán que El Chapo puso a El Mochomo para que fuera capturado fácilmente por las autoridades, dada la fragilidad de su seguridad el día de la aprehensión.
Cada lunes arriban a la ciudad dos tráileres atiborrados con mercancía del Estado de México. Vienen de Villa Guerrero, un poblado donde los saltos de agua y las cañadas se entrecruzan con arroyos y ríos mansos. Desde este idílico y remoto lugar son traídas miles de flores a Sinaloa.
No se conoce a bien por qué, pero los sinaloenses aman las flores. Eso sí lo saben los floricultores mexiquenses que desde hace varios años tienen a Culiacán como uno de sus principales destinos comerciales, por encima de ciudades como Monterrey o Saltillo, que cuentan con más habitantes.
De todas las flores la preferida es la rosa roja. Por lo regular, los vendedores las arropan con follaje y montesinos, para que luzcan mejor. Cada botón de estos suele ser vendido en 15 pesos. El 14 de febrero, Día del Amor, y el 10 de mayo, Día de las Madres, son las mejores fechas del negocio.
“Este año no hubo tanta venta de arreglos por el Día de las Madres, pero como quiera nos fue bien porque se nos acabó toda la rosa”, platica el encargado de la Florería Padilla. Sentado detrás de su escritorio, el hombre cuenta que en sólo unas horas vendió cerca de 10 mil flores. “Vendimos unas ocho coronas fúnebres a 20 mil pesos cada una. Estas coronas llevan como mil 250 rosas rojas. Son tan grandes que no caben por la puerta”, dice, mientras señala la entrada del negocio, que mide poco más de dos metros.
“Pero esta alta venta de flores que hubo en Culiacán es por la calidad de los muertos que hubo el 8 de mayo”, explica el comerciante de flores. Los muertos “de calidad” a los que se refiere son los familiares de Joaquín El Chapo Guzmán, acribillados ese mismo día.
De los cuatro parientes del líder del cártel de Sinaloa, uno de ellos recibió la mayoría de los honores luctuosos: su hijo, Édgar Guzmán López, un joven de 23 años de edad que estudiaba en la Facultad de Administración de la Universidad Autónoma de Sinaloa.
Ni otros sinaloenses famosos como el ex líder histórico del PAN, Manuel J. Clouthier, o Rodolfo Carrillo Fuentes, hijo del Señor de los Cielos, tuvieron en su velorio tantos arreglos florales como los que tuvo el hijo de El Chapo Guzmán en sus funerales, aseguran sin dudarlo los floreros de la zona, quienes recuerdan haber contado el fin de semana pasado hasta nueve camiones torton llenos de rosas rojas.
—Muchas de las coronas más grandes venían a comprarlas cuatro muchachos. Las pidieron y se las llevaron, dijeron que luego las pagaban. ¿Arreglos del Día de las Madres? De esos vendí unos dos nomás —cuenta el propietario de otro establecimiento que vendió flores a la familia Guzmán.
—¿Y usted está seguro de que volverán a pagar las coronas?
—Seguro, esa es gente que tiene mucha palabra.
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La historia real puede ser a veces tan inesperada como las mejores historias de ficción. El gran aliado de los Beltrán Leyva, Joaquín Guzmán Loera, fue considerado desde un principio como uno de los posibles delatores. El rumor se esparció en Culiacán por gente de la misma organización en la que confluyen diversos grupos del crimen organizado, casi como pares. Pero estos eran tan sólo rumores.
El 11 de abril, una vez que se conoció la liberación de Archivaldo Guzmán, otro hijo de El Chapo que estuvo preso en el penal de El Altiplano, las conjeturas en voz baja aumentaron. “El Chapo entregó a El Mochomo a cambio de que liberaran a su hijo”, se comenzó a rumorar en esta ciudad.
“¿Y qué pensará Arturo Beltrán Leyva, El Barbas, de esto?”, era la pregunta que rondaba desde mediados del mes pasado en la ciudad. Bastaron unos cuantos días para que se supiera la respuesta.
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El lugar donde ocurrió todo está a diez minutos del Palacio de Gobierno de Sinaloa. Atrás de las camionetas a las que iban a subirse, un taller de automóviles arropó buena parte de los disparos y el bazucazo con el que los sicarios acabaron su faena. Las dos cámaras de seguridad del negocio grabaron la balacera. En las imágenes sólo se ve un resplandor y se oye una tormenta de balas que parece nunca acabar.
Los trabajadores del taller apenas se habían ido una media hora antes, después de hacer trabajos de alineación y balanceo todo el día. Hoy trabajan entre orificios de bala y el techo del Auto Center Guzmán aún está dañado por el bazucazo que dejó un hoyo de 50 centímetros. En el estacionamiento, justo donde cayó Édgar Guzmán, hay dos veladoras encendidas. Muy pequeñas y modestas.
Los periódicos locales no querían dar la noticia de la muerte del hijo de El Chapo Guzmán. Uno de los dos más vendidos en la ciudad, el periódico Noroeste la dio dos días después atribuyéndola a agencias informativas del Distrito Federal.
En los días anteriores habían aparecido tres mantas con los siguientes mensajes: “Soy el jefe de la plaza”, “Soldaditos de plomo, federales de paja, aquí el territorio es de Arturo Beltrán”. La otra decía: “Policías-soldados, para que les quede claro, El Mochomo sigue pesando. Atte. Arturo Beltrán”.
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Todo el mundo aquí espera que Culiacán se convierta en un anfiteatro peor al que de por sí era, donde los gladiadores incluso sean parientes, maten o mueran. Las 60 ejecuciones en 15 días no son nada para lo que viene, se augura con cierta temeridad a pesar de la fuerte presencia militar en la ciudad.
Todo el mundo aquí piensa que los policías locales no combaten los crímenes porque están demasiado ocupados en cometerlos.
Todo el mundo aquí espera días tristes, oscurecidos por la muerte.
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Dos días en Culiacán bastan para darse cuenta de la psicosis que hay ante el escenario actual de guerra entre las bandas que conformaban el antes compacto cártel de Sinaloa. El teléfono no deja de sonar. Rumor de muerte reportado por aquí y por allá.
Lo peor es que cualquier rumor puede convertirse en realidad cualquier día .
Carpe Diem. Vive el momento.
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El equipo de futbol Dorados jugaba ayer a las siete de la noche contra el León. Si ganaban iban contra los Indios. Sinaloa contra Ciudad Juárez, esa es la gran final del futbol profesional de la primera división A.
—¿Si pierden los Dorados la gente se enoja? —pregunté por la tarde a uno de los trabajadores del estadio donde se celebraría la gran final.
—No, aquí en Culiacán la gente es tranquila.
Pero ayer ganó el León.
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—¿Hay más muertos los fines de semana? —pregunto al conductor del auto que me lleva a La Primavera.
—Fíjate que no. Aquí cualquier día matan. No hay un día especial para matar, ¿qué curioso no?
Son las cinco de la tarde de este sábado 17 de mayo en Culiacán y llevamos contadas cuatro personas ejecutadas hasta el momento. El chofer con el que voy no se sorprende de la cifra que vamos conociendo a través de llamadas y sobrios reportes de la radio. Ni se inmuta. Son tan habituales este tipo de muertes (cerca de 250 en lo que va del año) que ya hasta hay sitios formalmente establecidos para dejar las víctimas.
El favorito de los sicarios para deshacerse de los cuerpos es al que nos dirigimos y que está detrás de la colonia La Primavera, en una brecha que comunica a Culiacán con varias rancherías. La gente conoce este “tiradero” de cadáveres como “La barda de Coppel”, porque está cerca de un terreno comprado por una de las familias más adineradas de la región.
En esta grava volcánica, al igual que llantas viejas, osos de peluche decapitados, perros muertos, cajas de cartón de huevo, periódicos amarillentos, suelen ser aventados restos humanos. Lo único que a veces distingue al muerto encontrado por aquí es la manera en que dejó el mundo de los vivos: puede ser encobijado, esposado, enlonado o encajuelado. Los entambados y los encorbatados ya no son tan comunes, se me aclara, ya que ese estilo era el que preferían los Arellano Félix, para quienes trabajaba La Rana, un comandante de la policía judicial que se hizo leyenda en este polvoriento camino que parece llevar al fin del mundo a sus transeúntes.
—¿Y por qué los matan? —pregunto.
—Por causa natural —me dice mi guía.
—¿Natural?
—Natural, por los asuntos en los que se metían.
En Culiacán ya no hay nada más efímero que el muerto de ayer. Salvo si tiene ciertos apellidos. En el tiradero de La Primavera, no hay ninguna flor a la vista.
Aquí no crecen las flores.
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