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Tuesday, August 12, 2008

Vías del cambio y correlación de fuerzas

Por Marco Rascon / Fuente: La Jornada

Cambiamos de tragedia, pero no salimos de ninguna. Las malas noticias, los sucesos aciagos de hoy, son una palada de tierra para sepultar la anterior y así vamos por la vida, construyendo un país tragicómico, donde los problemas son dolorosos y las soluciones una comedia.

Frente a esa realidad, ¿cuáles son las vías para resolver los problemas, si la democracia electoral termina siempre cuestionada; si la libertad de expresión es un instrumento para acusar y no aceptar responsabilidades?

¿Qué se hace en un país dividido, paralizado, donde todos consideran que no tienen la fuerza para unificar, pero sí la suficiente para impedir que el otro gobierne? ¿Para qué sirve lo electoral si el resultado de las urnas unos lo sustituyen con la “razón de Estado” y otros con la movilización en la plaza? ¿Por qué ir a votar por diputados y senadores que nadie considera sus representantes y están descalificados para hacer leyes? ¿Para qué la vía armada, si el país hierve de violencia diaria? ¿Para que una insurrección, si no sabemos adónde ir y la “sociedad”, “el pueblo”, “la sociedad civil”, está más confundida que sus dirigentes y voceros y se encuentra más debilitada que nunca y profundamente manipulada?

El punto central, el origen del problema nacional de hoy, es que a partir del 2 de julio de 2006 el resultado formal generó un rompimiento y, por lo tanto, no se establecieron lo que serían las reglas en ese país bipartidista que desde los polos opuestos era responsable en adelante de la nación, dejando al partido del viejo régimen en un lejano tercer lugar y que debía caminar, de acuerdo con las nuevas reglas, a la marginación y a la extinción, no como partido, sino como cultura política.

En toda transición –guste o no (y ahí está la tarea del estadista frente a la visión del político inmediatista)– la tarea de las nuevas fuerzas consiste en definir las reglas y establecer las reformas políticas para procesar democráticamente, con reglas claras, las diferencias nacionales.

En 2006, las fuerzas que decían representar a la izquierda nunca pensaron que estaban en el punto más alto en la correlación de fuerzas para influir en las reformas del país. El viento a su favor era que tanto a favor de la derecha como de la izquierda, la sociedad mexicana había votado nuevamente, mayoritariamente, por que el país cambiara y se alejara del viejo régimen priísta.

La tarea de las fuerzas opuestas era construir una república en la que se incluyera a todos con sus derechos y obligaciones. Donde el discurso político y los representantes sociales crearan y construyeran la nación del futuro. Donde los legisladores votaran las reformas surgidas del debate abierto en torno a todos los temas: desde el económico-fiscal hasta el educativo, la ubicación en el mundo, la pobreza creciente, la salud pública, la seguridad de los ciudadanos, la corrupción endémica y congénita, el valor del trabajo, la repartición de la riqueza creada, la protección de los recursos naturales, la cultura; es decir, todo el país estaría a debate.

Con un poco de visión, confiando en los recursos intelectuales del país, más que en los del poder para imponer, bajo la correlación de fuerzas que dio 15 millones para uno y 15 millones para otro, era el momento de enfrentar los problemas de México.

Hoy, la falta de reglas, la polarización general, hace que nos gobiernen las tragedias y una tape a la otra, y que frente a fuerzas gubernamentales sin control tengamos suerte de no toparnos con un retén policial.

En su inteligencia, la sociedad acusa a las fuerzas políticas, principalmente a las partidarias, de que su disputa por el poder es lo que ha causado la descomposición que se percibe. Lo más grave es que la violencia actual sólo es un preámbulo de situaciones más graves que están llevando a la conciencia general a pedir mano dura, a tomar decisiones y acciones que van más allá de la Constitución, las leyes y los derechos.

Los llamados a que el país sólo cambiará por medio de las urnas se dan después de que se ha contribuido, junto al extremo opuesto e incapaz, a establecer reglas y reformas para un país medianamente unificado en torno a ciertos principios.

Es una derrota de todas las fuerzas políticas que la ciudadanía empiece a pensar en medidas dictatoriales más que en democracia. Que el viejo régimen haya logrado que en ocho años se haya olvidado lo que fueron y que sean las tragedias las que hagan que se olviden las otras tragedias.

En estos días hemos llorado la muerte de los escritores y los poetas; ellos seguramente lloran más por los que nos quedamos aquí con la confusión a cuestas, la demagogia encima, frente a todas las irresponsabilidades, al culto a la falta de personalidad de quienes nos gobiernan y conducen a la nada. Exijamos una sola cosa: no regresar al pasado y, aunque no se vea claro, rememos hacia adelante.

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Por Javier Flores / La Jornada

El sexo en los juegos olímpicos

Las competencias olímpicas, prácticamente en todas las disciplinas, se dividen en pruebas para mujeres y para hombres. Esto es interesante, pues se asume que hay diferentes capacidades físicas entre los sexos. Así, en los 100 metros planos en atletismo, o en los 200 metros de nado estilo libre o mariposa, se separa a los participantes en función de su sexo. Hay muy pocas competencias en las que da lo mismo si se trata de una u otro; son las que se califican de manera cualitativa, como la gimnasia, en las que la expresión de los cuerpos no depende de llegar más rápido a alguna parte, saltar más alto o levantar mayor peso.

El récord mundial en la carrera de los 100 metros planos al aire libre para varones corresponde a Asafa Powell, de Jamaica, en 2007, con un tiempo de 9.7 segundos. En mujeres el récord lo tiene Florence Griffitt, de Estados Unidos, con un tiempo de 10.49, obtenido en 1988. La diferencia es de menos de un segundo. Pero si se compara este récord femenino con el de los hombres en 1930, el de ellas hoy es inclusive mejor. En 1992, para citar otro ejemplo, el récord olímpico en la prueba femenina de 100 metros en nado libre superó todas las marcas masculinas anteriores a los juegos de 1964, incluida la del legendario Johnny Weissmuller de 1924 ¡por más de un minuto!

Pero, como sea, se ha generado en las competencias deportivas una gran tensión por separar a hombres de mujeres, al grado de que se han creado pruebas para tener certeza acerca del sexo de los competidores… o mejor dicho, de las competidoras. A nadie le preocupa que una mujer intente colarse a una competencia masculina. Lo que importa es si un hombre trata de ingresar en una prueba femenina, pues se considera que tendría ventaja. La historia del deporte da cuenta de varios casos que han conducido inclusive a despojar de sus premios a algunas atletas, como sucedió con la corredora india Santhi Soundarajan, quien después de ganar una medalla de plata en 2006 fue sometida a esa humillación, que la condujo a un intento de suicidio –luego se supo que tenía una rara condición conocida como síndrome de insensibilidad a los andrógenos (SIA), que desde luego no era su culpa.

Esto ha conducido a pruebas degradantes sobre las mujeres que participan en las competencias, pues, a diferencia de los hombres, ellas tienen que demostrar su condición femenina. El Comité Olímpico Internacional (COI) ha realizado en el pasado exámenes en las atletas ante la sospecha de que pudieran ser hombres ¡por su aspecto! El criterio más elemental para la determinación del sexo es la apariencia, aunque esto no es seguro. Basta comparar actualmente a las y los competidores de natación en Pekín, que de la cintura para arriba pueden ser indistinguibles. El ejercicio físico (y el uso de esteroides anabólicos) modifica la masa muscular, y hay competencias, como el levantamiento de pesas, en las que esto es más que evidente. En un artículo publicado en 2000, Gendel da cuenta de casos en los que se llegó a examinar a algunas deportistas desnudas ante un panel de médicas, y en otros casos se solicitó inclusive el examen ginecológico.

Fue en las Olimpiadas de México de 1968 cuando se introdujeron por primera vez las pruebas genéticas para la determinación del sexo. Con ellas se trata de detectar la presencia del cromosoma Y, considerado característico de los hombres, o la presencia de un gen conocido como SRY, que supuestamente es el causante de la diferenciación sexual masculina. Estas pruebas se han hecho cada vez más sofisticadas mediante el empleo de la reacción en cadena de la polimerasa, que permite replicar fragmentos del ácido desoxirribonucleico.

Pero todas las pruebas para la determinación del sexo en atletas no funcionan y han sido criticadas por genetistas, endocrinólogos y la comunidad médica porque, además de que pueden conducir a actos de discriminación, no consideran las múltiples variantes en la composición del material genético, como en los casos de hombres XX o de la intersexualidad (como disgenesia gonadal, mosaicismo, síndrome de Klinefelter, SIA o seudohermafroditismo, entre otros), que, de presentarse, no determinan la condición de género.

Estas pruebas fueron suspendidas por algunas federaciones deportivas internacionales, y el COI reconoció desde 1999 que existen múltiples inconsistencias médicas y se mostró decidido a abandonarlas. Pero ahora, en los Juegos Olímpicos de Pekín, fue instalado un laboratorio para determinar el sexo en las competidoras sospechosas de ser hombres. O sea, que no se ha aprendido la lección.

Ante la individualidad biológica, por la que cada persona tiene una anatomía, hormonas y genes propios, resulta imposible determinar el sexo a partir de una concepción basada en un ideal de dos sexos únicos. Sin embargo, todo esto no nos impide vibrar de emoción cuando un atleta consigue una proeza deportiva… Se trata de un logro de la especie humana.

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