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Tuesday, April 29, 2008

El radicalismo esta cerrando espacios y es necesario generar propuestas propias ante los intereses de la derecha en Mexico!

Marco Rascón
marcorascon@alcubo.com

Algo faltó

Muy interesante e incluso trascendente e histórico, si la marcha del pasado domingo hubiera sido para respaldar una propuesta propia, hacia el futuro no sólo del petróleo, sino de la energía en México.

Habría sido el triunfo de la razón nacional sobre los intereses y no el regocijo del resentimiento convertido y consolidado como la ideología revolucionaria que lucha para garantizar la permanencia de los viejos intereses de la corrupción, sobre los nuevos de la privatización.

Por eso, hoy el nuevo discurso es bíblico y bajo la idea reiterada en los discursos de que “a Hidalgo lo llamaban demagogo; a Morelos, hereje; a Juárez, indio mugroso; a Villa y a Zapata los trataban de bandidos, y a Madero de loco espiritista, y, sin embargo, hoy esos grandes hombres son el ejemplo a seguir y los padres fundadores de la patria”, queda claro que hay una síntesis de todos ellos y se llama Andrés Manuel López Obrador.

Hoy no hay duda: si de la marcha del desafuero el 24 de abril de 2005 se le impuso al PRD un presidente como Leonel Cota, el programa incoherente, salinista y protoneoliberal de los 50 puntos y el ascenso del priísmo sobre la izquierda, hoy esta marcha tiene el objetivo no de ganar el debate sobre el petróleo, sino la lucha por las prerrogativas dentro del PRD.

A lo largo del discurso dominical, ni una sola frase, ni un solo argumento en favor de cuál sería la propuesta que llevarían los representantes del “movimiento soy yo” a los foros que se han pactado y mucho menos los argumentos de los 200 mil brigadistas para debatir con los 10 millones de mexicanos.

Es ya recurrente en la estrategia lopezobradorista, contraria a todo espíritu democrático, progresista y de izquierda, el desprecio hacia el contenido de la política, y eso hace que al final la “movilización” termine favoreciendo el acuerpamiento y la cohesión de los adversarios, pues la energía que se agrupa bajo una expectativa nunca aclarada termina uniendo en los espacios de decisión a los que no les tiembla la mano para reformar en favor de sus intereses.

Este triunfalismo por haber detenido el “albazo” no sólo es pírrico, sino dio la pauta para que en septiembre triunfe el número de votos de senadores y diputados en favor de la esencia de la reforma calderonista contra la visión de que Pemex y el petróleo se queden como están. A la idea organizativista y movilizadora sin propuesta propia, sin desplegar claramente hacia dónde debe ir la riqueza natural y productiva del país, haciendo explícitos los mecanismos y caminos para beneficiar el desarrollo y no sólo a los intereses minoritarios y corruptos que se han beneficiado del petróleo mexicano como hasta ahora, sólo sirve para cohesionar la propuesta privatizadora por hartazgo.

Es importante hoy hacer un balance y reconocer que el lopezobradorismo no ha llevado a ninguna reforma importante, y que tras el uso del radicalismo en las formas y sin propuestas propias, se cierran los espacios y se consolidan los intereses de la oligarquía y la corrupción. La polarización le ha dado sentido al lopezobradorismo convertido en la comisión de insultos del priísmo que sabe ya utilizar su fuerza negativa “contra la derecha” para ellos posesionarse de las decisiones y ganar posiciones y prebendas.

Pero así como se fortalece al priísmo en el Congreso, así se hace en los gobiernos bajo las nuevas alianzas políticas y estratégicas que hoy despliegan Marcelo Ebrard y Enrique Peña Nieto en el centro del país y que tiene en la mira la Presidencia para 2012, mientras el lopezobradorismo les cubre con marchas, discursos y sillitas en el Zócalo.

Pero hoy el nuevo sentimiento es el amor y el perdón. Es un mensaje para que en el PRD aniquilado y deshecho cese la resistencia y sean entregadas las prerrogativas al “movimiento, soy yo”. Ha sido la transición del PRD, de ser una partido político a una empresa, donde el Consejo Nacional, creador del águila bicéfala, se convirtió en una asamblea de socios que eligió un consejo de administración para el cobro equitativo de las acciones respaldadas por las prerrogativas.

En el fondo, López Obrador, visto de cierta manera, es ya un personaje simpático en esta larga tragicomedia, pues es incluso más importante que Pemex y el petróleo que defiende. Lo que es aberrante e inexplicable es el sometimiento de militantes, dirigentes e intelectuales que transitaron por la izquierda y se formaron en el pensamiento crítico y la vocación democrática, y que ahora ceden y se subordinan a las formas más intolerantes y autoritarias del personalismo, bajo la idea de que ahora sí, los fines justifican los medios. Para ellos sí recae una grave responsabilidad cuando se ve el resultado del seguidismo y el país que se está formando gracias al vacío opositor de la izquierda.

¿Por cuánto tiempo se detuvo la reforma de Pemex? ¿Adónde conducirá la falsa tregua, el falso debate y el falso triunfo?

Cuando falta la propuesta propia, todo se convierte en una farsa y se trabaja para otros.

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El cerco de los medios
Javier Sicilia


En 1989, fui a vivir una estancia en las comunidades del Arca
–fundadas por Lanza del Vasto, el discípulo católico de Gandhi, al sur
de Francia. Ahí, en la zona de la Aveyron, Lanza del Vasto se instaló,
a finales de 1940, con un conjunto de familias para llevar una vida en
común. Desde entonces muchas cosas sucedieron: la urbanización de las
zonas rurales de Francia, la independencia de Argelia, la unificación
de la comunidad europea. La uniformación del mercado global había
impuesto su ley. Sin embargo, la trama de la vida cotidiana del Arca
no se alteró.

Cuando llegué, la torre donde vivió Lanza del Vasto estaba ahí
señoreando el mismo patio donde la comunidad se reúne. Se fabricaba el
pan en el mismo horno que vio el nacimiento del Arca. Todo el lugar,
varios cientos de hectáreas, es, como lo fue desde su fundación, un
común: la gente habita casas edificadas con sus manos; se cultiva con
herramientas fabricadas por ellos y se procura el agua de manera
autónoma. Un elemento más destaca: el silencio. Cuando la gente se
reúne para discutir un asunto que incumbe a la vida común, es en el
silencio donde se hace: se expone la propuesta y cada uno, frente al
silencio de los otros, da sus razones. Ninguna razón se desecha. Basta
con que uno no esté de acuerdo para que no se tome ninguna decisión
–quizá, como lo enseñaba Thoreau, en ese que se opone se encuentre la
verdad. Guardan silencio, se reúnen de nuevo y vuelven a hablar hasta
que el consenso se logra.

Algo semejante puede leerse en el relato que Iván Illich hace de la
isla de Brac, un pueblo en la costa de Dalmacia. La diferencia con el
Arca es que ahí, en 1926, junto con el barco en el que sus padres
llevaban a Illich para que su abuelo lo bendijera, iba también un
altavoz. Ese sencillo aparato generó un cambio fundamental en la vida
de esa isla. Por vez primera, el silencio en el que hombres y mujeres
se expresaban se rompió para convertirse en un recurso que se
disputaban quienes querían hablar. Al igual que los cercados de los
señores en los inicios del industrialismo aumentaron la productividad
nacional a costa de la vida común y del desplazamiento de los
campesinos, la llegada del altavoz destruyó el silencio que antes
había permitido a hombres y mujeres usar su voz de manera apropiada.
Mientras el Arca, por una renuncia voluntaria de sus miembros, se ha
preservado de cualquier medio electrónico e industrial que sobrepase
la vida democrática, en la isla de Brac todo se ha transformado. Nada
la diferencia ya del mundo en que vivimos.

Si recuerdo estas historias es para mostrar que la reciente disputa de
la reforma energética carece de cualquier rostro democrático. Aunque
todos estamos enterados de lo que se propone; aunque esas reformas nos
afectan a todos, no todos podemos participar en la discusión. Es que
–se me dirá– México no es el Arca ni la vieja isla de Brac, y para
ello están nuestros representantes elegidos mediante el recurso más
miserable y corruptible de una democracia: el voto. Pero sabemos que
"nuestros" representantes sólo representan los intereses de sus
partidos y de sus beneficiarios económicos, y que esos intereses sólo
pueden triunfar mediante el acceso al altavoz de la radio y de la
televisión.

Aunque el PRD de López Obrador, el FAP y la resistencia civil
ciudadana lograran romper el cerco y ampliar el altavoz de los medios
a un mayor número de voces, esas voces no seríamos todos. No estarían
ahí los indígenas y sus propuestas del uso local de los recursos; no
estarían los millones de ciudadanos de los pueblos para quienes el
petróleo ha sido la maldición que ha destruido sus ámbitos de
comunidad; no estaríamos los críticos de la sociedad industrial y de
la búsqueda de un límite al uso de la energía; ni los ecologistas que
saben que una sociedad basada en el petróleo es la negación de la
autosustentabilidad y la aniquilación del medio ambiente. Sólo
estarían los expertos, los profesionales, los funcionaros que,
creyentes en la petrolización como fuente de abundancia, se colocan a
uno u otro lado del discurso oficial o del discurso de la disidencia
perredista.

Al igual que los cercados del nacimiento de la era industrial, el
cercado del altavoz de los medios no crea el silencio –donde los
hombres y las mujeres pueden hablar equitativamente en referencia al
Bien (y no a un bien) que a todos concierne. Por el contrario,
mediante un monólogo y, en el mejor de los casos, un diálogo, al que
la mayoría asistimos sin poder participar, nos imponen el silencio.
Con ello, se niega a la gente el derecho a generar el medio ambiente
del que depende la economía moral de la subsistencia; se destruyen las
autonomías locales y sus formas democráticas, y se otorga a los
burócratas, a los expertos y a los profesionales el poder de definir a
la gente como seres impotentes para sobrevivir sin sus consejos; es
decir, como seres que dependen por entero de bienes de consumo –en
este caso del petróleo– que ellos administrarán –ya sea privada o
estatalmente– para su bien. Bajo la pantalla democrática de los
medios, sólo queda el ruido, y el silencio impotente en el que las
mayorías terminaremos por acatar lo que los otros dicten "para nuestro
bien".

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