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Por Ricardo Aleman, editorialista del diario El Universal El partido ya no es la alternativa que fue Nunca consolidó procesos para contienda interna Se podrá decir lo que se quiera sobre el tema, incluso misa, pero lo cierto es que nadie puede negar la muerte del más importante partido que la izquierda mexicana construyó en su historia; el partido que nació como el motor de la revolución democrática —en la que sin duda colaboró en sus primeros años de vida— pero que al final de cuentas terminó convertido en la más exitosa copia del viejo PRI. Y nadie duda que son muchos los que se resisten a reconocer la muerte prematura del PRD. Aceptan que el partido amarillo vive una severa crisis de identidad, acaso la mayor de su historia, pero se niegan a declarar luto por el partido que no pocos ya motejan como el “partido negro” —un muerto que según motejan los propios perredistas “ya apesta”— en tanto que otros aseguran que el más reciente proceso para renovar la dirigencia partidista —que resultó un completo cochinero— fue “el último clavo en el ataúd del PRD”. Pero más allá de apasionamientos, de fobias y filias, lo cierto es que son muchas las evidencias de que la elección del domingo 16 de marzo pasado —de donde debió salir el nuevo dirigente del PRD— no fue más que la gota que derramó el vaso de una crisis que viene prácticamente desde la gesta fundacional de los amarillos. Es decir, que el partido que nació como el estandarte revolucionario de la transición democrática, se olvidó de diseñar las indispensables reglas intramuros para hacer realidad a esa nueva realidad, la democracia. Y es que el PRD fue muy bueno para impulsar la cultura democrática fuera de su casa, pero adentro se olvidó de poner en práctica el eslogan fundacional y razón de ser. En pocas palabras, y a la luz de los hechos, el PRD se convirtió en candil democrático de la calle y en oscuridad democrática de su casa. Y en efecto, las siglas del PRD, sus colores, sus liderazgos, sus caudillos, sus logros y su historia están ahí. Nadie les puede regatear nada. Pero lo cierto es que el partido amarillo ya no es alternativa frente a las siete décadas de un PRI autoritario y nada democrático, y un partido azul que en su primera incursión en el gobierno federal resultó en la más grande decepción de los tiempos de la naciente democracia. Nadie puede negar que el PRD, en tanto franquicia, en tanto negocio político y hasta fuente de dinero público es una realidad, pero también es cierto que para amplios sectores sociales, para muchos ciudadanos que incluso votaron por esa opción en julio de 2006, el PRD ya no es la alternativa que fue en su origen y en su primera década, sobre todo ya no marca ninguna diferencia sustancial frente al PRI y al PAN. Los fanáticos de siempre seguirán negando la realidad, continuarán recurriendo al insulto antes que al argumento, pero el PRD de hoy nada tiene que ver con el PRD que nació en mayo de 1989. ¿Pero qué fue lo que pasó? Todos saben que el PRD nació de un puñado de liderazgos portadores de una genética nada democrática, como la de Cárdenas, Muñoz Ledo, Heberto Castillo y una mezcolanza de ex comunistas, ex guerrilleros, ex fuerzas paraestatales y oportunistas emergentes. Como en botica, en el PRD había y hay de todo. Y de suyo, esa pluralidad no era negativa de suyo. Pero al tiempo que los amarillos palearon toneladas de arena para edificar la transición democrática, para construir las reglas de naciente democracia electoral —con las nuevas reglas electorales aprobadas en 1996— sus corrientes se refugiaron en sus fuertes liderazgos que, sin duda, eran indispensables en su nacimiento, pero que con los años terminaron por destruirlo. Durante más de la mitad de los 19 años de vida del PRD, el fundador Cuauhtémoc Cárdenas mantuvo un férreo control del partido a partir de una estructura vertical, de premio a la lealtad y al sometimiento; y de castigo y hasta aplastamiento al adversario natural. En todos esos años no se movía una hoja del árbol amarillo sin la voluntad del único dueño del partido. Y también en esos años nadie ponía en duda —y menos discutía— las decisiones autoritarias y carentes de una elemental democracia partidista, porque todos los grupos; ex priístas, ex comunistas, ex pemetistas y ex pesetistas —entre muchos otros—, venían de una fuerte cultura antidemocrática. Así, convertido en un grupo político carente de los elementos básicos de la democracia doméstica —dice Bobbio que una clase política, un partido, “sólo puede llamarse democrático cuando su personal es obtenido mediante una libre competencia electoral y no, por ejemplo, mediante la transmisión hereditaria o la cooptación”— el PRD se preocupó por el control hereditario del partido pero nunca formó, y menos consolidó, los procesos para la contienda democrática por la dirigencia del partido. Más aún, luego del gesto de generosidad que ofreció Heberto Castillo al retirar su candidatura presidencial para dar paso a Cuauhtémoc Cárdenas —generosidad y grandeza que nunca más conoció el PRD— el llamado “líder moral” sólo administró el poder del partido hasta el año 2003 —cedió el partido a uno de sus incondicionales michoacanos, luego lo dejó en manos de Porfirio Muñoz Ledo, luego se lo prestó a López Obrador, a Amalia García y a Rosario Robles— hasta que sobrevino el parricidio político. En efecto, hasta que su hijo político, López Obrador, eliminó a su padre político para quedarse con el liderazgo del partido; liderazgo que se debe al padre. En realidad, AMLO le debe todo a Cárdenas y alcanzó candidatura y dirigencias —como la de Tabasco, DDF y del PRD— porque siempre fue fiel, sumiso y hasta abyecto. Todos en el PRD recuerdan los: “Sí, ingeniero, como usted diga… lo que usted diga...”. Se ganó su lugar como el más aventajado de los incondicionales. ¿Qué pasó luego? AMLO reprodujo el mismo control vertical, el mismo sometimiento, la misma lealtad y la antidemocracia. Pero ya existía la posibilidad real de alcanzar gobiernos, de tener dinero, de disfrutar del poder. Esa manteca aceitó un control que, al final destruyó al partido. aleman2@prodigy.net.mx |
Friday, April 18, 2008
La historia dice que Andres Manuel fue presidente nacional del PRD, Jefe de Gobierno con Bejarano como secretario y enterrador del PRD en el 2008!
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